lunes, 28 de octubre de 2013

Texto 9

Álamo Jim


Viento fresco y rayos de sol asoman por la ventana de la habitación. Marcelo y yo empezamos a vestirnos con la ropa que tenemos preparada desde la noche anterior al pie de la cama. La casa esta en completo silencio pero hay mucho movimiento. Papá y mamá cargan el auto. El pronóstico de la noche anterior daba lluvias para el fin de semana pero ellos no suspendieron el viaje. Parecía estar pactado entre ellos que saldríamos de excursión sin importar que fuera a llover. Nos íbamos al Puente Romero en carpa. Nunca habíamos salido juntos de vacaciones. Nunca hubo tiempo. Nunca tuvimos ahorrada la plata necesaria. Poco importaba un reporte del tiempo dudoso y que en el auto viajáramos muy apretados 250 kilómetros.
            Partimos temprano. Papá nos contó que no quería hacer el camino pegado a la cola de un acoplado porque nunca se sabe cuando van a frenar. Su experiencia como conductor se reducía a algunos consejos del abuelo y a unos cuantos paseos dentro del barrio. Él estaba muy preocupado por el espejo retrovisor. El despliegue del equipaje dentro del auto parecía muy calculado. En los huecos que dejaban los asientos se acomodaron dos faroles a kerosén, una parrilla de hierro, una cacerola, varias mantas y bolsas de dormir. Marcelo y yo viajaríamos separados por varios bolsos llenos de ropa y una heladerita con agua fría para el camino. En plan de no salir tarde fue que llevábamos un termo de café con leche para calentar el cuerpo, algo de longaniza y pan para llenar la panza.
            Fue recién cuando dejamos atrás la ciudad de Cañuelas que el transito disminuyó y papá se aflojó y nos contó, entusiasmado, que estábamos ingresando al centro mismo del desierto pampeano. Un sitio de aguas saladas, lagunas como mares y animales nobles. Tierra de malones. Campos de batallas del generalísimo Rosas y Roca. Lugares con historias viejas como la patria, con gauchos en eterna fuga de la ley como Álamo Jim y soldados de fortín como Cabo Savino.
            En la Ruta 3 fuimos conociendo la historia de Álamo Jin. El solitario jinete pampeano que vivía escapando del ejercito por una causa injusta que le habían inventado para meterlo preso. A papá le gustaba contar historias de héroes solitarios y a nosotros nos divertía escucharlas. Íbamos contentos hacia las aguas del Río Salado. A las tierras negras que escondían facones, puntas de flechas y lanzas. Era nuestro primer viaje en auto. Mamá viajaba en silencio. Escuchaba atenta el relato que la convertía en la novia del “Álamo”. Novia que usaba un pañuelo azul igual al que tenía puesto en la cabeza. Papá creía que nosotros éramos su familia perfecta. Su pandilla. Esa mañana nos contó varias historias en las que los bandidos les ganaban a los milicos y huían con su botín.    
            Al llegar a pueblo Gorchs doblamos a la derecha en un cruce y seguimos la marcha por un camino de tierra. Desde ahí fueron 14 kilómetros de saltos en el barro y los charcos hasta llegar al Puente Romero. Papá manejó bien. Iba tomado del volante con su dos manos y los ojos puestos en el camino mientras mamá limpiaba el parabrisas. El lugar era un enorme sitio plano en donde el río Salado se convertía en laguna con poca profundidad y muchas aves comiendo sobre el agua. En la orilla los eucaliptos dejaban caer su sombra mansa sobre las vacas y el pasto se movía con el agua que corría hacia el oeste. Estacionamos debajo del puente de hormigón. Junto a la orilla un viejito pescaba con la radio encendida y el mate a un costado sobre un banquito de madera. Del otro lado del puente una construcción de ladrillos a la vista con un cartel de Cinzano funcionaba de almacén y bar. Eso era todo.
            De tarde, luego del almuerzo salimos en auto rumbo al sur. A tres kilómetros del puente el auto se detuvo frente a un cartel de Vialidad. Papá se bajó del auto y abrió el baúl. Sacó dos fundas de cuero y de ellas dos pistolas negras. Muy negras. Le pasó una a mamá para que la sostenga mientras él cargaba la otra. Una a una introdujo las balas en un cargador también negro. Luego repitió la operación con la pistola que sostenía mamá. Él, pistola en mano, caminó hasta el alambrado, colocó una botella de leche sobre un poste y regresó junto a nosotros. Papá y mamá se separaron del auto unos metros, tomaron las armas, se pararon firmes con los brazos extendidos hacia delante y comenzaron los disparos. Seis por cada uno. El sonido de los doce disparos es seco. Atraviesa el campo en silencio. Quizás como un silbido veloz. La pobre botella cae a la tierra partida en varios pedazos. Ellos se detienen. Mamá apoya la pistola sobre el capot del auto y se sienta. Papá regresa hasta el baúl y desenfunda dos carabinas. Apoya una carabina contra su pecho y con la otra en la mano nos llama. Sin moverse del sitio nos enseña como sostener la carabina con el hombro. Hace movimientos precisos y cortos. Los repite. Me pasa un arma y me ordena que repita lo que él me mostró. Después nos muestra como meter la bala en la recamara. “Hay que pararse de manera que el recule del arma no desvíe el tiro”. Esto es muy importante. “Hay que respirar antes de gatillar”. Esto es muy importante. Nos da una carabina a cada uno con el cargador lleno. Se escucha: Alza, Mira. Guión. Marcelo no dispara. Yo cierro los ojos. Muevo el índice derecho. Respiro. Disparo mi primer balazo. La bala sale al medio del campo. A la nada. Marcelo se da vuelta con la carabina sin disparar y papá se la saca de un tirón. Después le da un golpe con la mano abierta en la cara y le grita: “Pelotudo, no se juega con las armas”. Esto es muy importante. Marcelo llora. Mi madre insulta a mi padre. Pelean en voz alta. Ella lo trata de salvaje y él de tarada. Marcelo llora más fuerte. Yo tomo el brazo de papá y trato de alejarlo de mamá. Él retrocede. Mamá se calla. Camino tomado del brazo derecho de papá hasta el baúl y lo ayudo a enfundar las armas. Cerramos el auto y encendemos el motor sin hablar. De regreso a nuestro campamento en Puente Romero mamá viajó en el asiento de atrás con Marcelo. Papá me sentó sobre sus rodillas al volante. 
            Nadie habló en la cena. Me acosté sobre la bolsa de dormir sin taparme. Los mosquitos no molestaban. No hacia frío. Se escuchaban conversaciones de hombres viejos que pescaban alejados del puente. ¿Pasaríamos las vacaciones disparándole a los postes, pájaros, botellas y aprendiendo a limpiar una pistola?, ¿Éramos una banda o una familia? ¿Papá era el jefe y, por alguna razón, yo lo sería en su ausencia?

(continuará......)

lunes, 21 de octubre de 2013

Texto 8

Despedidas

El lunes primero de Julio el Peca encendió la radio como todas las mañanas. No tenía noticias frescas sobre el estado de salud del General salvo los rumores que recorrieron el barrio todo el fin de semana. El taller se abría con el mate, el informativo y el pucho. A las ocho de la mañana el peca, instalado en su taller de costura, escuchaba la Siete Mares sin que nadie ni nada lo sacara de allí. Las noticias eran contradictorias. Se hablaba del infarto al corazón pero se afirmaba que evolucionaba según los pronósticos médicos. Se recordaba que este infarto no era el primero y al mismo tiempo se anunciaban actos de gobierno con Perón como orador. Se hablaba de la soledad del General en sus últimos años en el exilio, de su vejez. Perón tenía 78 años. El peca esa mañana subió el volumen de la radio porque la polea de la maquina de coser le impedía escuchar de forma clara. Transpiraba aunque solo vistiera una musculosa. Estaba impreciso en las agujas y los hilos. Se entreveraba. La pava, a un costado del mate, se enfriaba sin que nadie la toque. Olvidada. A media mañana un periodista afirmó que no habría dudas sobre la muerte del general. Restaba si, una confirmación oficial por parte de la Casa Rosada. Según este periodista Perón abría muerto en la mañana y se estarían arreglando los detalles del velorio. Hasta acá digamos que el peca lo soporto. Después el peca ya no pudo con su bronca. Apagó la radio, llamó a su mujer, se puso una camisa y un blazer que descolgó del taller y cerró. Salieron juntos rumbo el centro. Antes pasaron por casa para pedir que estuviéramos atentos a la llegada del colo de la escuela. Dejaron unos pesos para ayudar con la comida. Saludaron y se fueron. La televisión no dejaba de pasar imágenes que mostraban a la gente en la calle. Muchas mujeres, quizás más que hombres hacían cola enorme para dejar una flor en el cajón del líder. Lloraban, tenían el rostro desfigurado del dolor. Miles de lagrimas quedaron en la veredas y en las calles que juntaron a quienes participaron del adiós al viejo. La voz de María Estela Martines de Perón congeló el país entero. Miles de radio portátiles pegadas a miles de orejas de miles de personas dijeron más o menos lo mismo: El general está muerto.


Diario “La mañana” de Temperley
Editorial, 2 de julio de 1974

            La muerte del General Juan Domingo Perón cubre de luto a la Nación. Luego de un largo fin de semana en donde los partes médicos dieron cuenta del agravamiento del estado de salud del Presidente ayer, 1 de Julio, a temprana hora de la tarde se despidió este patriota inigualable. Doña María Estela Martínez, viuda del General, anunció por cadena nacional: …“Con gran dolor debo transmitir al pueblo de la Nación Argentina el fallecimiento de este verdadero apóstol de la paz y la no violencia”.
            En cada rincón del país se le rinde digno homenaje a J. D. Perón quien fuera tres veces Presidente de la Nación. Embajadores de Latinoamérica, Europa y Estados Unidos junto a políticos del Peronismo y de la oposición rinden sus condolencias a la Viuda de Perón quien desde hoy será formalmente la primera presidenta de los argentinos.
            En las calles que rodean el Congreso Nacional, sitio de las honras fúnebres, miles de mujeres, hombres y niños signados por el dolor arman largas filas en espera de poder dar un último saludo a quien fuera su líder. Ofrendas florales, velas y estampitas con su imagen rodean la Plaza del Congreso y gran parte de Avenida de Mayo.

El tres de Julio Marcelo y yo fuimos a visitar al peca diez minutos antes del partido contra Alemania Democrática. Fuimos a su casa a escuchar la despedida de Argentina del mundial porque no queríamos dejarlo solo después de la muerte de Perón. Marcelo se puso su gorro con la foto del tío Campora y la remera de Temperley con la que iba a la cancha. La casa del peca tenía una tela negra colgada del alambre del cerco. Sobre la tela estaba pegada la foto del General con su uniforme verde oliva y las botas negras montado sobre su caballo pinto. La puerta del taller estaba cerrada y la luz apagada. La casa parecía vacía o peor, parecía como si hubiera muerto un pariente cercano.
            Golpeamos las manos muy fuerte varias veces hasta que por un costado apareció el colo y nos hizo pasar. El “Peca” estaba barbudo, tenía un escarbadientes en la boca y vestía un pantalón negro con una camiseta de frisa cubriéndole el pecho. De entrada nos aclaró que desde el lunes no escuchaba noticias y que no tenía ganas de hablar. Nos dijo que estaba podrido de los discursos llorando al viejo y las noticias de que el gobierno quedaría en manos de López Rega y las 62 organizaciones de Lorenzo Miguel. Prometimos escuchar el partido en silencio. Nos sentamos los dos junto al Colo alrededor de la mesa de trabajo. El peca apagó un pucho, dio la orden de encender la “La siete mares” y se sirvió un mate.
            El silencio del taller cubría el sufrimiento desconsolado del Peca. Él odiaba a los fachos que lo habían expulsado de la comisión directiva del sindicato textil en el 63. Después de lo de Framini. Según él eran traidores al peronismo. Cuando la radio sintonizó la emisión de Radio Rivadavia nos entramos que los jugadores argentinos fueron a misa por la muerte del presidente y jugarían con un brazalete negro en el brazo por el luto nacional. Después de eso se escucharon las formaciones de ambos equipos y los himnos.
            El peca remendaba un saco y nosotros jugábamos al telenti con una piedritas. Nadie hablaba. En la cocina María tomaba mate sola y no se la escuchaba. Alemania llegaba al arco del pibe Filloy a cada rato y si no la metía era de casualidad. A los catorce minutos Alemania convirtió el primero y en taller se transformó en un velorio, aún, más negro. Argentina, que había perdido con Holanda y Brasil, no tenía posibilidades de nada y se venía de regreso con otra derrota. Todo salía mal.
            A los veinte “el loco” Houseman empató para los argentinos y después no importó nada. Se terminó el mundial para los dos equipos y cada uno emprendería el regreso a su país. Al finalizar el partido un periodista se acerca al goleador argentino y el “el loco” Houseman lo saluda. El periodista le pregunta que siente al despedirse del mundial y el loco le contesta: …“Yo hablé con los muchachos para que no jugáramos el partido. En algún momento se habló de retirar el equipo, pero parece que después alguien apretó a los dirigentes y terminamos jugando. En mi caso, no había manera de convencerme de que saliera a la cancha, hasta que me dijeron que había que ganar para dedicarle el triunfo al General. Yo me veía el luto y lloraba”.
            El peca pegó un puñetazo en la mesa de costura que hizo volar alfileres por todos lados. Apagó la radio. Putió a López Rega, a las 62 organizaciones y a todos los gorilas que estaban festejando que nos fuera como la mierda. Se tapo la cara con la mano. Saco un pañuelo del bolsillo y se seco las lágrimas. Doña María entró de golpe asustada y lo abrazó. Nadie supo como seguir.
            A partir del tres de julio de mil novecientos setenta y cuatro el Peca prácticamente viviría en la sastrería todo el día. Incluso los sábados, domingos o feriados. Era una fija ver su silueta obesa y sus pelos revueltos tras los vidrios del ventanal que abrían hacia la vereda. Quien doblara los ojos, al pasar frente al comercio, podía verlo sumergido en su maquina de coser o midiendo un blazer o planchando. Por las tardes mechaba esas actividades propias de su oficio con el riego de los árboles y la escucha de la radio. Siempre callado, siempre sumergido en el humo del cigarro.



lunes, 14 de octubre de 2013

Texto 7

La plaza


El asado del 1º de Mayo se suspendió porque la lluvia no dejó de caer en toda la noche. En casa no había lugar y el barro, en el terreno del Peca, no dejaba llegar al fondo. Era imposible. Papá y el Peca, que por primera vez habían aceptado pasar juntos el “Día de los Trabajadores”, decidieron dejarlo para más adelante. Ambos confiaban en que “el Celeste” volvería a dar motivos para festejar. Ambos coincidían, también, en que eso sería pronto. La reunión se desarmó. Los dos padres tenían planes diferentes para la tarde pero coincidieron por tercera vez en un día y los niños nos quedamos en casa del Peca sentados sobre el piso del zaguán. Habíamos comenzado un partido de telenti entre tres a 500 puntos y nadie quería darlo por perdido. Las cosas venían como para día histórico.
            El secreto del Telenti consiste en no separar demasiado las piedras que luego tendrás que juntar. El tiempo para la recolección es breve y hay que aprovecharlo. El juego requiere cierto malabarismo. En especial la maniobra de soltar una piedra al aire para levantar las del piso sin dejar caer ninguna. Yo estaba en plena prueba del 3, en la segunda pasada, cuando comenzamos a escuchar el Himno Argentino. En su bulín, sin que nadie lo joda, el peca se paró y bebió un vaso de vino antes de gritar: “Viva, Perón carajo”.
            En el silencio mas profundo del Telenti una voz poderosa, profunda y pausada comenzó a escucharse. Venía de la radio 7 mares del Peca y de varias en la vereda de enfrente. La Cadena Nacional trasmitía el discurso de Perón. El primero en Plaza de Mayo después del exilio y al parecer nadie quería perdérselo: "...Compañeros: hoy, hace veintiún años que en este mismo balcón, y con un día luminoso como el de hoy, hablé por última vez a los trabajadores argentinos. Fue entonces cuando les recomendé que ajustasen sus organizaciones, porque venían días difíciles... No me equivoqué, ni en la apreciación de los días que venían, ni en la calidad de la organización sindical, que a través de veinte años...
            La radio queda muda. Algo impide que se escuche la trasmisión. ¿La habrán cortado? El peca frena de golpe la costura. Prende un pucho. Baja la radio del mostrador y se la lleva a la oreja como para no pederse nada de lo que se dice. Sus ojos se achican y se le frunce el seño. Nosotros lo miramos. Dejamos de jugar. Lo vemos preocupado. El Peca tuvo un infarto al corazón y cada vez que se calienta la esposa le grita que la va a dejar viuda con un hijo y una hipoteca. La voz reaparece, como por milagro. Se escucha: “...Decía que a través de estos veintiún años, las organizaciones sindicales se han mantenido inconmovibles, y hoy resulta que algunos imberbes pretenden tener más mérito que los que durante veinte años lucharon...
            Hay un murmullo que impide escuchar a Perón. No se entiende que dice. En realidad no se sabe si esta hablando. Se corta otra vez el audio. El peca, nervioso, tira el pucho y mueve las perillas. Se escucha: "...Por eso compañeros, quiero que esta primera reunión del Día del Trabajador sea para rendir homenaje a esas organizaciones y a esos dirigentes sabios y prudentes que han mantenido su fuerza orgánica, y han visto caer a sus dirigentes asesinados, sin que todavía haya sonado el escarmiento...
            El peca tira el pucho. Putea y escupe un gargajo de saliva contra el vidrio. Se pasa la lengua por los dientes como para limpiarlos y mueve la cabeza como negando. ¿Qué pasa papá? le pregunta el Colo en nombre de todos nosotros. Y el peca nos responde: que nos cagaron. Que lo engrupieron al viejo y le llenaron la cabeza. La radio como si se encendiera sola emite: "...Compañeros, nos hemos reunido nueve años en esta misma plaza, y en esta misma plaza hemos estado todos de acuerdo en la lucha que hemos realizado por las reivindicaciones del pueblo argentino. Ahora resulta que, después de veinte años, hay algunos que todavía no están conforme de todo lo que hemos hecho...
            El peca apagó la radio. Le encajó una patada a la puerta del bulin y todos quedamos adentro como presos. Él apoyó sus dos manos sobre la mesa de trabajo. Eran inmensas. Levantó la cabeza y nos dijo: la cagamos. De ahora en más estamos solos. Somos pichones de corral de tiro. La puta que los parió. La madre del Colo entró asustada a ver que pasaba, según ella en la tele se veían corridas con la policía, disparos sobre las columnas de obreros y sindicatos que estaban en la plaza. Ninguno supo que decir. Abandonamos el telenti.


Diario La Unión
13 de mayo 1974
Policiales.

“…En la noche del sábado, sobre las 20:15 hs cuando el padre Carlos Mugica se disponía a ingresar a su Renault 4L azul, matrícula C-542119, que había sido dejado estacionado junto a la iglesia de San Francisco Solano, en la calle Zelada, 4771, donde había celebrado misa, fue tiroteado por un individuo con bigotes achinados, que se bajó de un vehiculo estacionado muy cerca. El individuo efectuó cinco disparos, de ametralladora "Ingram M-10", que impactaron en el abdomen y el pulmón. Carlos Mugica además recibió un “tiro de gracia” en su espalda. El padre Vernazza, alertado por los disparos salió de la iglesia al oír los disparos, corrió a darle la unción. El herido llegó minutos después al Hospital Salaberry donde murió.
A las nueve de la noche el doctor Vicente Dolico, certificó que las causas del fallecimiento fueron "heridas de bala en tórax, abdomen con hemorragia interna”. Según los facultativos que lo atendieron en primera instancia Carlos Mugica recibió un “tiro de gracia en la espalda."

(continuará.....) 

viernes, 11 de octubre de 2013

Con Texto 12



Foto de mis abuelos maternos, Mareque y Costanzo, en el Club Temperley. 
Ellos de novios? 
Quiénes los rodean?
Porqué esta postal?
Es la vieja cancha de basketball?
veremos....
(foto cestoni.. maipu 291.banfield)

martes, 8 de octubre de 2013

Con Texto 11

Faltan 5 semanas. 
Faltan 5 capítulos para terminar esta novela Celeste. 
Esta bueno ir reconociendo cosas. 
La novela "Cuerpos Celestes" hubiera sido imponible de escribir sin leer este libro. 
Gracias a su escritor, el amigo "Maque", a quien ud conocen como Marcelo Ventieri




Con Texto 10




Diario de aquel partido .....





lunes, 7 de octubre de 2013

Texto 6

Tres Puntos


Abril en el estadio Berenguer. Cielo despejado. Tribunas colmadas de socios que aprovechan el sábado de tarde para alentar a su club. Banderas celestes atadas al alambrado llegan hasta el paravalanchas de la tribuna local. La platea esta repleta de socios vitalicios y autoridades del club. Segunda fecha de la segunda rueda. Era, todos lo sabían, tiempo de revanchas. Los celestes venían de ganar el sábado pasado ante Talleres por 4 goles. Hoy había que ganarle a Quilmes y festejar. Los jugadores habían comido en el club por seguridad y el presidente los visitó para dar apoyo después del almuerzo. Algunos durmieron una siesta corta en el vestuario.
            A las tres de la tarde en punto los pibes de don ángel estábamos cambiados y dentro del campo de juego. La prensa acreditada trabajaba en su sitio. Todo estaba dispuesto para el inicio del partido. Afuera, sobre la avenida 9 de Julio, los bombos de la hinchada de Quilmes se hacían escuchar nerviosos. Repiqueteaban. Repiqueteaban. Repiqueteaban. Las gargantas visitantes sonaban enfurecidas. Las bocinas de los micros en los que viajaron taladraban el hormigón de la pared del vestuario. Las puertas del ingreso de visitantes estaban cerradas. La idea era que ellos se quedaran afuera. Sin ver el partido. Sin alentar a su equipo. Era una devolución de gentilezas. En el partido de ida fue al revés.
            La hinchada de Quilmes no se achicó. Entró por la puerta de locales a las trompadas. Serían unos doscientos o un poco más pero tenían la fuerza de miles. Ninguno pagó la entrada y a los porteros casi les parten la cara cuando trataron de impedirles el paso. Desde el rincón del corner, pegado al alambre, podía ver entrar a la columna cervecera sin freno. Atravesaron la tribuna local sin que nadie los detenga. Los de Quilmes avanzaban por el pasillo sin subir. Llevan cinco bombos de la J.T.P Unión Obrera Metalúrgica, mangueras, cadenas, cinturones agarrados de las hebillas y latas de tomates abiertas mostrando los filos. Un melenudo que camina sin camisa, casi desnudo, a no ser por un pantaloncito de futbol, cubre su cuello con un perro muerto. El “rulo” es el único de Temperley que no se mueve de su sitio. El rulo es el jefe de la hinchada. Las banderas, la gente y cualquier cosa pintada de celeste se abrieron en abanico hacia arriba. El rulo les gritaba “el cele no se va, el cele no se va”. Los de Quilmes se detienen frente a él y golpean más fuertes sus bombos. Vuelan piedras, palos y algún trompazo. Los fotógrafos pegados al arco se dan vuelta y corren hasta la mitad del área chica. Don ángel nos junta y nos esconde debajo del techito que cubría el banco de suplentes. Él se queda con nosotros pero no deja de mirar la tribuna local. La policía se agrupa y camina hasta el alambrado. El arbitro Benitez, atento al asunto apura el inicio del encuentro y las hinchadas se insultan pero buscan su sitios. El partido comienza cinco minutos antes de lo pactado pero nadie protesta. Temperley vestía: camiseta celeste, pantalón negro y medias a rayas horizontales celestes y blancas. El equipo venia puntero. Nadie quería quilombo pero las barras estaban muy calientes.
            A los 13 minutos del primer tiempo el negro Corvalán recibe una pelota de Biondi y con un pase de zurda corto habilita a García que logra vencer a Casarino. El 1 a 0 celeste desata un festejo que recorre la cancha como si fuera el último gol del partido del ascenso pero en realidad es el primer leño de un incendio que podía olerse hasta en el pasto verde de la cancha.
            El entretiempo fue eterno. Insoportable del calor y la falta de aire. Nadie paró de alentar a su equipo ni en los baños repletos de hombres que meaban contra la pared.
            Los celestes regresaron al campo de juego con variantes técnicas: Fierro por Arribillaga y Fernández por García, muy golpeado en las piernas después del gol. Silbato mediante se inició el partido con los 22 jugadores en la cancha. Sólo 4 minutos después Patti convierte el segundo gol de Temperley y el estadio explota. Varios hinchas del club ingresan a la cancha y corren tras los jugadores. La policía los persigue pero no agarra ninguno. Los cantos bajan de la tribuna rabiosa de éxito. Los de Quilmes callan. Se mueren por dentro. Putean a los suyos.
            Sorpresa.
            El equipo cervecero reacciona con furia y pone el partido 2 a 1 por medio de un golazo de Rodríguez. Los hinchas visitantes enloquecen y retoman el aliento. Sus bombos vuelven a estallar.
            Más sorpresas.
            Al minuto 30 el réferi anula un gol de Quilmes y a contrapierna Magallanes conecta con Patti que deja en el camino dos defensores de Quilmes y clava el 3 a 1 celeste. Una lluvia de piedras cae sobre el árbitro y lo lastima. El cuervo se retira al vestuario. La platea putea al delegado de AFA para que ponga un Juez suplente y este designa al línea que tenía a un costado.
            Los últimos trece minutos se juegan con parte de la hinchada de Quilmes dentro del campo, con la policía que los corre y esta vez no perdona. Varios son detenidos a los golpes y sacados de la cancha por la fuerza. La cana lleva escudos de plástico para taparse de las piedras que llueven contra ellos. Nadie los quiere. La hinchada de Temperley se suma al quilombo al grito de “5 por 1 no va a quedar ninguno”. El árbitro adelanta el fin del partido dando el último pitazo casi con un pie en el túnel. La bandera de Montoneros de la hinchada celeste se desliza hacía la punta derecha de la tribuna. Cerca del sector por donde se deberán ir los visitantes. Los de Quilmes abandonan el estadio cantando “Ni Yankees, ni marxistas…peronistas”.
            La hinchada de Quilmes ya esta en la calle. Sus bombos no tienen respiro. Se escuchan disparos. Sirenas de la policía. Hay ruido a vidrios que explotan y caen sobre la cancha. Sobre la tribuna visitante quedan restos de banderas sujetas a palos y un par de borrachos casi muertos. Los de Temperley gritan: “Acá están, estos son, los soldados de Perón”.  La “voz del estadio” pide calma por los altoparlantes tratando de que, al menos, los locales aflojen. Nada. Sigue la lluvia de piedras. Un pedazo de ladrillo impacta en mi cara. Me caigo. Con las dos manos intento frenar la sangre que brota de mi boca. La sangre corre por las manos, los brazos y mancha la camiseta. Don ángel corre por el bidón de agua de los jugadores y vuelca el liquido sobre la herida. Observa unos segundos y con tranquilidad y viveza me saca de la cancha por el túnel antes de que lo cierren.
            En el vestuario todos intuían que se venia la clausura del estadio. Dirigentes y jugadores discutían. Había clima de festejo y bronca. Perducca gritaba: Si lo pibes tienen que trabajar con estas bestias en las tribunas me voy a la mierda. Papá llegó con la chomba empapada de transpiración. Fatigado. Desde joven sufría de asma y los nervios lo dejaban sin aire en los pulmones. Correr lo dejaba “A la miseria” como decía el abuelo. Don ángel, rápido como un rayo, le revoleó una toalla húmeda que él atrapó en el aire y me la apoyó sobre la cara. Papá tosió fuerte varias veces. Luego respiró hondo y se aplicó una dosis del Ventolin que vivía en el bolsillo trasero de su pantalón. Luego se apoyó con la mano y el brazo izquierdo contra una columna y comenzó a respirar más despacio. En pocos minutos logró intercambiar unas palabras con el viejo Perducca. Sin mucha despedida salimos rumbo a la Sala de Primeros Auxilios anexa al club. Al parecer hacía ese pequeño centro de salud estaban derivando a los heridos del estadio. Fuimos caminando despacio. Papá respiraba y caminaba lento. En la vereda, bajo la tribuna, un grupo de policías protegían las ventanas y la puerta de salida del vestuario de visitantes. Los jugadores de Quilmes aún estaban en el estadio y los hinchas de Temperley les seguían gritando desde la calle: “Celeste, celeste. Cueste lo que cueste”.
            Tardamos algo más de veinte minutos en recorrer la media cuadra que separaba la puerta de la cancha de la puerta de la salita. Pero llegamos. En el hall una mujer vestida con uniforme y gorro verde nos atendió de forma gentil y ágil. Me preguntó si aún me dolía la herida, si podía esperar unos minutos y nos pidió que nos sentáramos. Nos aclaró que el doctor recién había llegado de la cancha. Era evidente que había más trabajo que de costumbre. Papá le protestó porque él consideraba que yo era un niño y merecía prioridad. La enfermera movió su cabeza hacia ambos lados como única respuesta. Nos sentamos en el pasillo al que abría el consultorio junto a quienes esperaban para ser atendidos. Del grupo, el que peor se veía era un flaquito con varios moretones en la cara y el pelo hecho un mazacote de mugre y sangre. Tenía el torso desnudo y en el cuello llevaba atada una camiseta de Quilmes. Verlo daba lastima y ganas de vomitar.
            En la Salita se atendían todos los jugadores profesionales del Club. El medico del plantel trabajaba allí. El Doctor Beccari, a quien Don Ángel le decía “El Matasanos”, viajaba en el ómnibus con los titulares cuando éramos visitantes, entraba a la cancha y cada tanto se daba alguna vuelta por la práctica. Todos lo admiraban por su mano mágica para calmar los golpes de los contrarios en unos pocos segundos. El mismísimo flaco Beccari me curaría la boca sin cobrarnos un peso. Sentía que varios dientes se me caerían esa tarde pero yo estaba loco de emoción.
            El flaco en persona nos hizo ingresar al consultorio. Vestía camisa de riguroso celeste y pantalón azul. Llevaba, sobre el brazo derecho, el brazalete rojo de Medico con el que entraba a la cancha. Tenía un cigarrillo encendido entre los labios y el bigote despeinado. Sin ni siquiera mirarme le ordenó a papá que retire la venda que traía puesta sobre la boca y que me limpiara toda la zona con alcohol. Le habló como si lo conociera de toda la vida o trabajaran juntos. “Quiero ver la herida”, le dijo a papá. Si mas dilaciones el doctor tiró el pucho a un costado, se calzó los anteojos y con su mano derecha tocó mi pera. Abrió la herida, apoyó un algodón con algo picante y yo grité como toda la hinchada de Temperley junta. El flaco tosió sorprendido. Papá me sujeto la espalda para que no me moviera y el flaco se volvió a acercar. Miró por segunda vez y dictaminó: Hay que coser.
            Me recostaron sobre la camilla y papá apretó mis manos mientras llegaban las cosas. Por la puerta ingresaban los sonidos de pasos agitados, de charlas cortas, de saludos y gritos de alegría. El flaco Beccari prendió otro cigarrillo y soltó: Hoy si que les dimos una buena paliza a estos culos rotos de Quilmes. El formol que inundaba el lugar me desmayó.
            Llegamos a casa con dos horas de retraso, con tres puntos bajo el labio inferior y una camiseta de Temperley vieja que me prestaron en la salita. Mamá, desde lejos, parecía enojada. De nada sirvieron las palabras de papá que intentaba calmarla. En la cocina de casa la radio informaba que la policía tenía varios detenidos. Se decía que en el cruce de Pasco y Brow había enfrentamientos de simpatizantes de Temperley con los micros de Quilmes. El celeste tenía mucha hinchada del otro lado de las vías. Los bombos de la JP venían de esos barrios.
            Suspendieron el Estadio por dos fechas. Yo nunca mas trabajé de alcanza pelotas. Por suerte se venía el mundial de Alemania y daba para olvidar.


 (continuará......)