Contexto 17
Temperley Campeón del 74..."La fiesta"
Hace un par de días Lewis Marz, a quien no conozco, me envio este vídeo. La verdad es que hay que difundirlo. Fue una gran sorpresa ver esas imágenes que creía perdidas.
Linda sorpresa ver que Cuerpos Celeste se sigue leyendo y siguen llegando archivos, imágenes y amigos.
Temperley campeón del 74 "La fiesta"
viernes, 11 de abril de 2014
lunes, 11 de noviembre de 2013
Texto 11
Cuerpos
celestes
El 7 de Diciembre de 1974 amaneció con pequeñas
nubes grises de lluvia atravesado el cielo. Gabriel y, su hermano, Marcelo salieron
de su casa rumbo al club. Temprano. Saludaron a los vecinos que vivían en las
dos casas que separaban la suya de la del Colo. Primero al peluquero de mujeres
y luego a las dos viejas García. Las solteronas del barrio. Dos hermanas que
quedaron solas después de la muerte de su madre y que nadie visitaba, ni
reclamaba, ni sepultaría de seguro. Llegaron a la casa del Colo diez minutos
después de despedirse de su madre con un beso y un abrazo en la entrada de su
casa y caminar sobre una vereda de baldosas, hoy, particularmente limpia.
En
la puerta de la entrada a la casa del Colo golpearon las manos para anunciarse
y al instante aparecieron el Peca y su hijo que estaban cerca de la entrada con
dos sanguches de mortadela para compartir. Los tres muchachos salieron
caminando por la vereda de la calle San Pedro hasta la avenida 9 de Julio.
Caminaban despacio. Debían recorrer cuatro cuadras en 20 minutos. En la sede
del Club se reunirían simpatizantes, banderas y bombos celestes. Desde allí
varios colectivos trasladarían a los hinchas hasta la estación de trenes de
Temperley. Para llegar a la esquina de la avenida 9 de Julio los tres jóvenes
pasaron debajo de seis naranjeros silvestres, saludaron a varios vecinos
fanáticos históricos del Club Temperley demasiados viejos como para viajar todo
un sábado en tren hasta Junín. En el estadio de Sarmiento de Junín, vieja
ciudad del interior de la provincia de Buenos Aires, se jugaría la final del
torneo del ascenso 74.
La
mañana del 7 de diciembre a las 7: 45 horas ameritaba llevar puesto algún
abrigo, por lo menos, hasta que el solcito calentara un poco. Gabriel llevaba
su pulóver preferido atado por las mangas sobre el pecho. Marcelo un Suéter
atado a la cintura y el Colo el buzo del colegio que era abrigado y estaba
viejo.
La
avenida 9 de Julio esa mañana se veía como cualquier sábado anterior. Es decir:
pocos colectivos y pocos peatones. En la esquina de San Pedro y 9 de Julio un
carro de caballos se detuvo de golpe. El lechero se levantó de su asiento de
madera, ató las riendas y se bajó con una cesta de alambre con lácteos. Golpeó
la puerta de una casa blanca, que supo tener un kiosco en la ventana que abre a
la avenida, y dejó dos leches y un yogurt. El kiosco “Avenida” que tiempo atrás
fue atendido por una tía solterona de los hermanos Costanzo cerró sus puertas
cuando el templo de la
Madre María , la misma que atendía al presidente Hipólito
Yrigoyen, dejó de atraer turistas y curiosos por estos pagos.
Una
cuadra después al llegar a la esquina de Soler y 9 de Julio los tres muchachos
caminaban conversando sobre el día que les esperaba y juntaban las monedas para
comprar, ni bien se alejaran un poco, el atado de cigarrillos para el viaje.
Para eso debían, al menos, dejar atrás la peluquería de señoras, el almacén de
Don Pedro y el kiosco de diarios que vendía tabaco. Sitios, estos, demasiados
visitados por sus padres como para que un comentario sobre esta compra no
llegara a sus oídos. En el trayecto dejaron atrás la Panadería , la ferretería
y la Quinta de
los Pretti. Única Mansión con gran parque y estatuas con forma de león en todo
el barrio. Pasaron por la casa de la rubia renga que trabajaba de noche en la
puerta de su casa y recién se sintieron libres de comprar puchos al llegar al
corralón de materiales de construcción que ponía la publicad en la cancha del
celeste.
El
7 de diciembre a las 8 de la mañana ningún micro llegó para transportar hinchas
celestes porque fue asesinado un chofer miembro del Sindicato del Trasporte.
Esta muerte provocó un paro con movilización a Plaza de Mayo en pedido de
medidas de seguridad para los trabajadores. Esa mañana por lo tanto todos los
que llegaron a la sede del Club fueron alertados de que se retrasaría 20
minutos “La locomotora del Sur” para que los socios llegaran con el tiempo
justo como para poder de subirse y partir. A las 8:15 Gabriel, Marcelo y el
Colo salieron corriendo hasta la estación de trenes. Llevaban el boleto en la mano
y la plata para lo puchos aún en el bolsillo. Sin prestarle ninguna atención
dejaron atrás la cancha de Temperley que miraba en silencio la partida de sus
parciales y los colegíos de monjas del barrio: Huerto y Belgrano donde sus
alumnos pupilos se preparaban para entrar a clase.
La
estación de trenes de Temperley vestía de fiesta como si fuera un feriado
nacional. El andén principal lucia banderas nacionales y el jefe en persona fue
el encargado del dar el pitazo que despidió al malón de fanáticos que al ritmo
de los bombos, algunos recién estrenados, gritaban: Soy celeste… celeste, yo
soy.
La
locomotora del Sur o el tren celeste según quien lo comente pasó por varias
estaciones vacías sin detenerse. El convoy viajaba en un horario no frecuente y
además, de haber podido, nadie hubiera querido subir con semejante jauría
adentro. En todo el tren no viajaba una sola mujer y abundaban los bombos, las
cadenas y las cachiporras. El presagio de un atentado de la hinchada de Lanús,
ya eliminado, corrió por todo el barrio en los días anteriores a la partida. En
el quinto vagón, empezando desde la maquina, Gabriel, Marcelo y el Colo
encendían el primer cigarrillo mangueado sin que nadie prestara atención a
semejante hazaña.
El
tren con rumbo a Junín a las 9: 30 se detuvo en Santos Lugares. La parada
permitió que la mayoría de los pasajeros se bajaran a mear contra una pared
pintada de blanco. Un pequeño grupo abandonó la estación en busca de
provisiones. Marcelo y el Colo se bajaron en busca de un kiosco donde poder
comprar el preciado atado de cigarrillos. Gabriel custodiaba los asientos que,
a esta altura del viaje, empezaban a convertirse en camas. El grupo que salió
de recorrida por el pueblo regresó corriendo con una Torta decorada de tres pisos. Un señor mayor los corría
gritándoles desde atrás. El 7 de diciembre Paula Jiménez hija de quien corría a
los forajidos celestes festejaría sus 15 años y aquella era su torta de
cumpleaños. El anciano pedía que la devuelvan. Gritaba que les compraría otra.
Nadie atendió sus reclamos. Quedo junto al peón de la estación que lo ayudaba a
respirar. A las 9:45 en varios vagones se comían la torta del campeón a tres
pesos la porción. Por cinco se le podía agregar un chupetazo de cantimplora con
tinto.
A
las 9:50 de la mañana Elsa, la madre de los hermanos Gabriel y Marcelo,
escuchaba la radio. Solía hacerlo de mañana porque no leía los diarios y por lo
general creía que era bueno salir de la casa informada. Daniel, su padre,
estaba en el taller de herrería de la familia tomando mate y esperando que el
carbón ardiera lo suficiente como para poder trabajar un hierro que tenía
destino de herraje. El Peca con su portátil encendida escuchaba tangos clásicos
y su esposa comenzaba a bajar las cajas de cartón con las cosas de navidad en
donde varias pelotas de plástico esperaban salir para adornar el árbol de ese
año. A ella le gusta ponerlo en el living pero esta navidad, convencida por su
esposo, lo armó en la cocina para poder disfrutarlo en las cenas de todo
diciembre.
Al
cruzar el tren los límites de Chacabuco las nubes grises que amenazaban con
descargar una lluvia de diciembre, es decir: corta pero furiosa, eran parte del
pasado. Los cuerpos sudorosos y cansados de los ladrones de tortas, de los que
tocaron el bombo desde la partida y de aquellos que gritaban consignas
futboleras y políticas iban en un profundo reposo. Se podría decir que en ese
momento un tren fantasma celeste avanzaba en silencio por el Oeste de la
provincia de Buenos Aires surcando vías custodiadas con algún que otro
patrullero apostado sobre la ruta 5. El humo mágico del cigarrillo que
compartían Marcelo, Gabriel y el Colo recorría el vagón asiento por asiento
hasta salir por la primer ventanilla con los vidrios rotos.
A
las 11:45 del 7 de diciembre de 1974 en la estación de ferrocarril de Junín
estaban sólo el jefe y su ayudante. Ese día el funcionamiento del servicio de
pasajeros se vio alterado por completo provocando varias dificultades. La mas
insignificante pero no menos grave fue que el Bar estuviera cerrado dejando sin
la grapa de la mañana a varios habitúes. Entre ellos a Pedro Jiménez, que sin
saberlo aún, no encontraría la torta que él pagó un mes atrás como regalo en el
cumpleaños de su sobrina. Motivo por el cual se encontraba esa mañana esperando
el tren con destino a Santos Lugares. Los tipos que se la habían robado y
comido en ese momento tocaban el piso de Portland recién terminado de barrer
con aserrín y gas oil.
La
estación de Junín, inaugurada en pleno Peronismo del 50, fue el sitio del
desembarco de miles de fanáticos que renovaron su espíritu festivo al
encaminarse hacia el centro de la ciudad en busca de comida, baños y kioscos.
Sólo un pequeño grupo se retrasó unos minutos pintando con aerosol dos cerdos
que dentro de una jaula esperaban el traslado a la capital. Centenares de
personas llegaron de golpe al centro de la ciudad en la hora del almuerzo.
Todos querían comer. Los vecinos de Junín, que no dejaban de comentar los
desastres del sábado anterior cuando jugaron Lanús y Unión, atendieron las
recomendaciones de la Policía
y no salieron de sus casas. Aún estaba presente en su memoria aquel desastre
gratuito. Los visitantes rompieron vidrieras y destrozaron varios bancos de la
plaza tomando por sorpresa a los milicos locales que jamás habían visto tanta
gente junta y malhumorada.
Como
suele suceder en todos los pueblos la advertencia la desoyeron una Parrilla y
una heladería del mismo dueño. Gonzáles convencido de que las ventas seguras
superarían los destrozos posibles eligió la piolada de estar abierto todo el
día. A las 12:10 la heladería “Delicias” fue copada por un grupo de veinte
personas que ingresaron en el pequeño local para vaciar las heladeras mientras
la muchacha que atendía se encerraba en el baño. A pocos metros otro grupo le
arrebataba una bandeja de panchos al mozo que caminaba rumbo a la única mesa
ocupada por de gente del lugar. Recién bajados de un camión dos cajones de
cerveza que estaban en la vereda abandonaron el lugar en manos de cuatro
forajidos que huían al grito de: Temperley…, temperley… Diez minutos después un
patrullero despejó el lugar y un camión hidrante, recién llegado a Junín como
refuerzo, despejaron la zona por completo.
El
7 de diciembre del 74 Marcelo sintió asfixia o asma por primera vez en su corta
vida. Probó respirar tapándose la nariz y la boca con las manos pero no detuvo
el efecto de los gases. Tosió fuerte más de una cuadra. La misma suerte
corrieron dos perros que paseaban por la vereda rumbo a la basura como todos
los días. Gabriel y el Colo salieron corriendo antes que Marcelo y escaparon de
los gases.
Para
las 13:00 en el estadio Eva Perón de Junín estaba el grueso de la hinchada
salvo una docena de detenidos que horas después tuvieron que conformarse con
escuchar el partido por la radio. La estrategia de la policía fue despejar de
forajidos la ciudad y qué mejor lugar para meterlos a todos que el propio sitio
donde se jugaría la final. La innovadora medida de permitir el ingreso de los
hinchas con tiempo de sobra fue tomada por el jefe de policía en la soledad de
su despacho el día anterior y luego fue comunicada por teléfono al intendente
de Junín. La idea fue un éxito porque juntó a los simpatizantes de Temperley en
la cancha donde los daños serían menores y la policía se encargó de que nadie
pudiera salir hasta que terminara el partido. El tren en el que viajaban la
mayoría de los simpatizantes del adversario celeste: Unión de Santa Fe fue
detenido por el ejercito en medio de la nada y llegaron sobre la hora lo cual
ayudo a mantener el orden
A
las 14:30 del día del partido más esperado de sus vidas Gabriel, Marcelo y el
Colo están sentados sobre los primeros escalones de la tribuna abatidos del
calor y las corridas. Seguramente no los ayudaría a sentirse bien el atracón de
tabaco que se pegaron mientras esperaban. A las 15:25 el estadio de Junín
sintió el peso de las hinchadas sobre las espaldas de sus tribunas. Miles de
simpatizantes empezaron a olfatear que este no era un día como cualquier otro.
Hoy se jugaba una final del ascenso y eso era Historia. Tomados de las manos,
con los brazos sobre los hombros, apretados, un montón de cuerpos celestes se
fueron transformando en un solo hombre. En una sola bandera, en un único bombo
y una sola garganta capaz de derribar la débil alambrada que separaba el campo
de la tribuna.
Sobre
las 15:30 hs Sergio García juez del partido designado por la AFA dio el pitazo inicial. A
unas pocas cuadras el Jefe de estación preveía, en una tarde acalorada, bajo un
ventilador de techo que el ferrocarril no cambiaba desde la inauguración, que
la evacuación de esa gente tendría que ser el acto más veloz de su carrera como
ferroviario. A muchas cuadras de allí, por no decir 287 kilómetros , la
madre del Colo sintió un dolor en el pecho que ella misma creyó ver como una
premonición: el celeste perdería por 2 goles y su hijo y sus amigos serian
golpeados por una avalancha. Diez minutos más tarde el Peca, prevenido por su
esposa del posible funesto futuro de su Club y su hijo le contestó: “no seas
pelotuda” y siguió con su trabajo.
A
las 16:13, es decir 43 minutos después de iniciado el partido media cancha se
encendió y la otra casi se muere en un instante. El cielo seguía despejado
cuando el balón rebotó contra la red que defendía el arquero celeste: Hernandorena.
El zurdo Garello jugador de Unión de Santa Fe, que 48 horas atrás festejaba el
nacimiento de su hija, ingresaba gol mediante en la historia de su Club. Las
bocas, los pechos y las manos de siete mil hinchas de Temperley se detuvieron
en el estadio y miraron al cielo buscando una explicación. Alguien gritó: Vamos
Celeste la puta que lo parió y todos encendieron el grito: Soy celeste, celeste
yo soy. En ese momento el padre del Colo puteó a su esposa por mala onda y
agorera de tragedias. El padre de Gabriel que ya había transformado el hierro
en herraje abría la persiana con la radio encendida y largaba una puteada.
Durante
los quince minutos que duró el entretiempo los celestes no dejaron de alentar a
su equipo como si ganaran por tres tantos. Poseídos por una fe ciega y
arrolladora los muchachos agitaban banderas al calor de los cantos y los
bombos. A las 16:30 salieron los jugadores de ambos equipos mientras el arbitro
Sergio García se dirigía al centro de la cancha para dar el pitazo inicial del
segundo tiempo. Tres minutos fueron necesarios para que Di Bastiano convirtiera
el gol del empate venciendo al arquero Burtovoy y destapara el delirio de la
hinchada. Los comentaristas de radio apostados en sus cabinas sobre la hinchada
de Temperly dejaron de ser neutrales y se sumaron a un festejo que olía a
campeonato. A partir de ese momento la hinchada de Temperley solo cantó una y
otra vez: Dale campeón, dale campeón.
A
las 16.35 el jefe de la estación miró su reloj y cálculo que había llegado la
hora de proteger el lugar. Empezó por cerrar los postigones para proteger los
vidrios. Luego cerraría también su despacho porque nadie vendría ese día a comprar un boleto. En la comisaría
los hombres que preparaban el relevo de quienes ahora trabajaban en la cancha
se probaban las armas y las gorras. Cerca del estadio, en los carros hidrantes,
la policía seguía atenta los acontecimientos con la radio encendida. Su
preocupación era el final del partido.
A
los treinta minutos del segundo tiempo Patti cae derribado en el área chica de
unión y el árbitro cobra penal a favor de Temperley. Los siete mil corazones
que estaban en la cancha y las orejas de miles de vecinos se paralizaron al
mismo tiempo. El negro Corbalán se paró frente a la pelota. Los jugadores de Unión
lo hicieron sobre la línea de cal del área grande. El Juez apalabró al arquero.
Once metros separaban el balón de la red. Él negro podía aumentar y soltar el
delirio. A las 17:16 del sábado 7 de Diciembre de 1974 dejaron de importar las
fechas, los segundos y los centímetros. El arbitro mira el reloj. Lleva el silbato
a la boca. El negro corre los cuatro pasos que los separan de la pelota y sin
mirar al arco dispara un zurdazo cruzado que se va por encima del travesaño. El
arquero festeja. El negro Corbalán se encorva sobre si mismo. Se toma la cabeza
con las manos y mira a su tribuna pidiendo perdón. Se arrodilla para agrandar
su gesto. La tribuna lo mira y aplaude sin rencor.
A
Temperley le alcanzó con empate para ascender. Del cuadrangular que definió el
ascenso el celeste tuvo el mejor puntaje. Unión subió segundo. El festejo se
impuso sobre el análisis deportivo. La felicidad se impuso sobre la bronca de
tantos años de sufrimiento y una enorme caravana regresó a Temperley con el título
bajo el brazo. Marcelo, Gabriel y el Colo regresaron en la locomotora del Sur. Cinco
horas después los hinchas celestes entraron al Berenguer a las dos de la mañana
del domingo 8 de diciembre. Allí aguardaban gran parte de la parcialidad que
viajó a Junín en auto y muchos de los que se quedaron en el barrio por diversos
motivos. El plantel y el cuerpo técnico saludaron a la gente desde el Campo de
juego. Se cantó y se cantó y se cantó: Temperley campeón. En la tribuna se
veían hombres viejos que lloraban por primera vez por un campeonato ganado. El
viejo Perduca, sentado en el banco de suplentes, saludaba con una bandera
tomada de la mano a quienes lo reconocían. Gabriel y Marcelo, abrazados a su
padre, agradecían ser de Temperley como toda la familia. El Colo los miraba y pedía
por su padre. El peca no fue porque su mujer se sentía mal. El abuelo se mamó y
no pudo salir de su casa.
El
festejo duró una semana. Los autos con banderas recorrían el barrio. Los
diarios El Clarín y Crónica y las revistas deportivas hablaban del equipo
Celeste. Las radios repetían los goles de todo el campeonato y entrevistaban a varios
jugadores y al cuerpo técnico. Se cerraba así una historia de frustración
futbolera pero aún quedaban un par de meses antes del esperado debut en el
torneo de primera división en marzo del setenta y cinco.
Marzo 23/3/75
Diario La Nación.
Sobre horas
tempranas de la mañana de ayer un grupo de vecinos del barrio San José de Temperley
denunciaron, ante las autoridades policiales, el encuentro de varios cuerpos sin
vida en un potrero baldío de la calle Santiago del Estero esquina José Sanchez.
Según los mismos testimonios los cuerpos registraban varias heridas de bala.
Según supo este diario la denuncia incluye la presunción de que el lugar en donde
se depositaron los cuerpos fue dinamitado. Razón por la cual se habría iniciado
un incendio, de dimensiones menores, en los alrededores que debió ser sofocado
por los mismos denunciantes. Parientes de los damnificados aportaron muestras
fotográficas que reafirmarían esta hipótesis. En las fotografías se pueden ver restos
humanos colgando de los cables de luz. Entre los fallecidos se encontrarían dos
menores uno de 14 y otro de 16 años que fueran capturados en la noche anterior.
Los denunciantes aseguran que los asesinados son vecinos del barrio y que entre
los muertos se encuentra el concejal Peronista Lencina. Los sucesos que habrían
comenzado la noche del 21 de marzo con el secuestro, por parte de un grupo de
personas que se trasladaban en 14 autos sin patentes, arrojó el saldo luctuoso de
9 muertos entre hombres y mujeres.
jueves, 7 de noviembre de 2013
Con Texto 16
El próximo lunes 11 se viene el capítulo 11
que cierra la novela Celeste...
El viaje a Junín y el partido.
domingo, 3 de noviembre de 2013
Texto 10
Cabellos de
ángel
La noche del 8 de noviembre se decretó el estado
de sitio en todo el país. Durante toda la semana se habló y se habló en la
calle, la radio y la tele del asunto. Se preveían y se anunciaban ajustes de
cuentas por la muerte de Perón. Esa noche mamá nos llamó a cenar más temprano
que de costumbre. Solíamos comer luego del informativo de Canal 13. Pero por
alguna razón hubo cambio de rutinas y nos perdimos los discursos que
trasmitiría cadena nacional.
En
la cocina una pequeña nube de vapor sobrevolaba los platos hondos color azul.
La sopa de fideos debía beberse caliente. Muy caliente y salada. Según papá esas
eran las condiciones indispensables para mejorar la comida de los pobres. El
salero, el botellón de agua y los vasos altos de vidrio acompañaban todas
nuestras comidas. Comíamos en la cocina. En una mesa que se apoyaba contra la
ventana por la que se veían las hojas y las ramas de los altos plátanos de la
vereda. Comíamos apretados. Cerca de la olla, con sus olores de verduras y
carne con hueso hervida. El ambiente era húmedo. En la cocina habitaba un
silencio que permitía oír el sonido metálico de las cucharas dando vueltas
sobre los platos para enfriar el caldo. En los remolinos de la sopa los fideos
se despegaban. Cada cabello de ángel se transformaba en un hilo amarillo capaz
de armar dibujos abstractos en el agua. Me encantaban los círculos y los anillos
que los fideos dibujaban en mi plato.
Mamá
esa noche terminó su sopa apurada, bebió un vaso de vino de golpe y se paró.
Nos tomó de la mano y nos llevó a Marcelo y a mi hasta el pasillo que unía la
cocina con los dormitorios y el baño. Nos apoyó con la espalda contra la pared.
Tomo distancia y nos observó. Sus ojos marrones se movían inquietos. Era
evidente que median distancias, calculaban inclinaciones y verificaban alturas.
Unos segundos después parecía satisfecha y entonces nos habló: Si escuchan
ruidos de disparos dejen todo lo que estén haciendo y corran a este lugar. Los
quiero parados como están ahora, con la vista puesta y atenta en la escalera.
No se muevan salvo que escuchen órdenes mías o de papá. Si el ataque es de
noche, cosa que es lo más probable, apaguen las luces y el televisor. Por nada
del mundo griten.
Marcelo
y yo la miramos tomados de la mano. Inmóviles. Ella, entonces, amplió la
información. Nos dio detalles que parecían muy calculados: Elegimos el pasillo
como refugio porque es angosto y permite controlar los accesos a la casa. En
caso de que se arme un tiroteo acá estarían a salvo. El lugar no tiene ninguna
ventana y por lo tanto esta fuera del alcance de las balas o de la caída de los
vidrios. Además y esto es muy importante, nos dijo mamá sin cambiar el tono,
para usar las armas esperen siempre una señal nuestra. Las pistolas están en mi
cuarto. Bajo la cama.
Mamá
articulaba cada palabra. Hablaba despacio. Quería que entendiéramos y
memorizáramos lo enseñado detalle por detalle. Antes de cambiar de tema nos
aclaró: en caso de estar solo debíamos hacer lo mismo pero quien daría las
órdenes sería yo por ser el más grande.
Después
la cena continuó con la sopa más fría pero como siempre: Sin televisión, sin
series norteamericanas, sin películas de bestias malditas o fútbol. En la hora
de la comida sólo se podía conversar. Por suerte no rezábamos. Mamá y papá
odiaban tener que rezar. No podían ver a las monjas y a los curas. Jamás nos
llevaron a una Iglesia ni a una misa pero nos bautizaron con padrinos y todo.
Mi padrino de bautismo era también mi tío, el hermano de papá. Él llevaba
pistolas en el auto. Las llevaba porque mi abuelo, su padre, tenía miedo de que
lo asaltaran cuando él hacía la cobranza de la empresa. El abuelo, también,
usaba una escopeta.
No
era un secreto para nosotros que en casa se escondían armas. Marcelo y yo
sabíamos cual era el sitio aún antes de la confesión de mamá. El lugar era un
medio cajón de madera que un hábil carpintero supo disimular para resguardar
los anillos de oro de la abuela y algo de dinero extranjero. Costumbres
familiares de épocas en que se vivían guerras. En el bajo fondo esperaban por
nosotros dos calibres 38 y un 22 que secretamente ya habíamos repartido por las
nuestras. Yo quería la de culata de madera. En el mismo cajón se guardaban
varias cajas de cartón con municiones. Cada arma tenía reservada tres cajas de
balas. Las pistolas estaban envueltas en franelas amarillas dobladas sobre si
mismas como triángulos de un barrilete. En un rincón del cajón la Magnum , color negro
brillante, de papá dormía en su estuche de cuero.
La
cena concluyó con los platos a medio terminar y una última recomendación de
mamá: si apuntan, disparen. En mi plato los cabellos de ángel se veían
estirados y flacos. Fríos. Muertos de miedo. Nos fuimos a dormir sin nada en el
estomago.
…El olor de la comida nos lleva
directo hasta un techo de chapa de cinc despintado. El lugar desde el cielo
parece ser un gallinero abandonado. Está vacío y tiene la puerta abierta. A los
costados y en el frente de lugar hay mucha semilla desparramada. El aire
permite oler lejanas tormentas de
viento. Marcelo y yo somos parte de una bandada de mirlos que cae hambrienta
sobre la comida. Caemos juntos. En picada. Llevamos las alas apretadas al
cuerpo hasta estar cerca del suelo. A centímetros del césped un movimiento del
cuerpo permite un aleteo suave y silencioso. Apoyamos el cuerpo en la tierra
sin alborotos. No podemos descubrir nuestra presencia. No sabemos si hay perros
o gatos sueltos. Tenemos miedo. Nadie quiere ser descubierto. Dando pequeños
saltos entramos al gallinero. Adentro ya hay gorriones, palomas y calandrias
que se golpean entre si. Caen plumas y cagadas de los que vuelan con el
estomago satisfecho. Sobran pulgas y el olor es fétido. Los desesperados se
pisotean entre si con tal de alcanzar un hueco para picotear semillas.
Marcelo
y yo nos arrinconamos en un costado, contra una pared de madera, en la cara del
gallinero opuesta a la puerta. Pocos llegaron hasta allí. La mayoría, apurados,
se aprietan en la entrada. Sobre nosotros vuelan varios gorriones empujando por
un lugar.
Tengo
el pico empastado de tragar alpiste y mijo. El hambre gobierna nuestros actos.
Desde la izquierda picotean el ala de Marcelo para empujarlo y hacer espacio.
Yo salto a defenderlo. No llego. Me detienen las alas de una lechuza. Le pican
la cara. Un ojo. Cae.
Un
perro ladrando como loco sale de la casa. Corre directo hacia nosotros. Salta y
se arroja contra el alambre. Impacta sus dientes contra una madera. Un hombre
viene detrás del perro. Es un amigo de papá. Un italiano que peleó en la
segunda guerra mundial. El tipo entra y cierra la puerta. Una estampida de
gorriones asustados se estrella contra la pared del fondo y caen sobre nosotros.
Comienzan los disparos. Los cadáveres se desparraman en varios pedazos. Las
patas, los picos y las alas se desprenden de los cuerpos. Los mirlos saltan
sobre el asesino y le clavaban sus picos y sus garras. Uno llega a incrustarle
un picotazo en la oreja. El hombre enloquece y empieza a girar en redondo
disparando con las dos armas. Una en cada mano. Además con sus piernas pisotea
todo cuanto tiene cerca. El dolor lo transformó en una maquina asesina.
Pensé
que el asesino reconocería que éramos los hijos de su amigo y nos salvaría.
Pero no. Trato de empujar a mi hermano herido para acercarnos hasta el alambre
de gallinero. Marcelo me sigue en una pierna. Mi plan es fugarnos por un
pequeño hueco. Llegamos. Clavo mis dos piernas sobre un cuerpo de una calandria
y empujo hasta asfixiarme con tal de sacar el cuerpo de ese lugar. Las alas se
me traban. Los disparos aumentan. El cielo se oscurece. Siento que me oprimen
el pecho. Vomito las pocas semillas que aún guardo en el pico. A un costado
Marcelo, con los ojos ensangrentados, muere aplastado. Yo también caigo sobre
él…
(continuará....)
(continuará....)
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Perón,
Temperley,
tren
Con Texto 15
Fotos de Puente Romero*.....
*Formulario impreso: Delpescador Categoría: Otros Foros Nombre del foro: Fotos Descripción del foro: Foro para mostrar fotos de pesca. URL: http://www.travesiadepesca.com/foro/forum_posts.asp?TID=16258 Fecha de impresión: 03 Noviembre 2013 a las 9:04pm Software Version: Web Wiz Forums 8.04 - http://www.webwizforums.com |
lunes, 28 de octubre de 2013
Texto 9
Álamo Jim
Viento fresco y rayos de sol asoman por la ventana
de la habitación. Marcelo y yo empezamos a vestirnos con la ropa que tenemos
preparada desde la noche anterior al pie de la cama. La casa esta en completo
silencio pero hay mucho movimiento. Papá y mamá cargan el auto. El pronóstico
de la noche anterior daba lluvias para el fin de semana pero ellos no
suspendieron el viaje. Parecía estar pactado entre ellos que saldríamos de
excursión sin importar que fuera a llover. Nos íbamos al Puente Romero en
carpa. Nunca habíamos salido juntos de vacaciones. Nunca hubo tiempo. Nunca
tuvimos ahorrada la plata necesaria. Poco importaba un reporte del tiempo
dudoso y que en el auto viajáramos muy apretados 250 kilómetros .
Partimos
temprano. Papá nos contó que no quería hacer el camino pegado a la cola de un
acoplado porque nunca se sabe cuando van a frenar. Su experiencia como
conductor se reducía a algunos consejos del abuelo y a unos cuantos paseos dentro
del barrio. Él estaba muy preocupado por el espejo retrovisor. El despliegue
del equipaje dentro del auto parecía muy calculado. En los huecos que dejaban
los asientos se acomodaron dos faroles a kerosén, una parrilla de hierro, una cacerola,
varias mantas y bolsas de dormir. Marcelo y yo viajaríamos separados por varios
bolsos llenos de ropa y una heladerita con agua fría para el camino. En plan de
no salir tarde fue que llevábamos un termo de café con leche para calentar el
cuerpo, algo de longaniza y pan para llenar la panza.
Fue
recién cuando dejamos atrás la ciudad de Cañuelas que el transito disminuyó y
papá se aflojó y nos contó, entusiasmado, que estábamos ingresando al centro
mismo del desierto pampeano. Un sitio de aguas saladas, lagunas como mares y
animales nobles. Tierra de malones. Campos de batallas del generalísimo Rosas y
Roca. Lugares con historias viejas como la patria, con gauchos en eterna fuga
de la ley como Álamo Jim y soldados de fortín como Cabo Savino.
En
la Ruta 3 fuimos
conociendo la historia de Álamo Jin. El solitario jinete pampeano que vivía
escapando del ejercito por una causa injusta que le habían inventado para
meterlo preso. A papá le gustaba contar historias de héroes solitarios y a
nosotros nos divertía escucharlas. Íbamos contentos hacia las aguas del Río
Salado. A las tierras negras que escondían facones, puntas de flechas y lanzas.
Era nuestro primer viaje en auto. Mamá viajaba en silencio. Escuchaba atenta el
relato que la convertía en la novia del “Álamo”. Novia que usaba un pañuelo
azul igual al que tenía puesto en la cabeza. Papá creía que nosotros éramos su
familia perfecta. Su pandilla. Esa mañana nos contó varias historias en las que
los bandidos les ganaban a los milicos y huían con su botín.
Al
llegar a pueblo Gorchs doblamos a la derecha en un cruce y seguimos la marcha
por un camino de tierra. Desde ahí fueron 14 kilómetros de
saltos en el barro y los charcos hasta llegar al Puente Romero. Papá manejó
bien. Iba tomado del volante con su dos manos y los ojos puestos en el camino
mientras mamá limpiaba el parabrisas. El lugar era un enorme sitio plano en
donde el río Salado se convertía en laguna con poca profundidad y muchas aves
comiendo sobre el agua. En la orilla los eucaliptos dejaban caer su sombra mansa
sobre las vacas y el pasto se movía con el agua que corría hacia el oeste.
Estacionamos debajo del puente de hormigón. Junto a la orilla un viejito
pescaba con la radio encendida y el mate a un costado sobre un banquito de
madera. Del otro lado del puente una construcción de ladrillos a la vista con
un cartel de Cinzano funcionaba de almacén y bar. Eso era todo.
De
tarde, luego del almuerzo salimos en auto rumbo al sur. A tres kilómetros del
puente el auto se detuvo frente a un cartel de Vialidad. Papá se bajó del auto
y abrió el baúl. Sacó dos fundas de cuero y de ellas dos pistolas negras. Muy
negras. Le pasó una a mamá para que la sostenga mientras él cargaba la otra.
Una a una introdujo las balas en un cargador también negro. Luego repitió la
operación con la pistola que sostenía mamá. Él, pistola en mano, caminó hasta
el alambrado, colocó una botella de leche sobre un poste y regresó junto a
nosotros. Papá y mamá se separaron del auto unos metros, tomaron las armas, se
pararon firmes con los brazos extendidos hacia delante y comenzaron los
disparos. Seis por cada uno. El sonido de los doce disparos es seco. Atraviesa
el campo en silencio. Quizás como un silbido veloz. La pobre botella cae a la
tierra partida en varios pedazos. Ellos se detienen. Mamá apoya la pistola
sobre el capot del auto y se sienta. Papá regresa hasta el baúl y desenfunda
dos carabinas. Apoya una carabina contra su pecho y con la otra en la mano nos
llama. Sin moverse del sitio nos enseña como sostener la carabina con el
hombro. Hace movimientos precisos y cortos. Los repite. Me pasa un arma y me
ordena que repita lo que él me mostró. Después nos muestra como meter la bala
en la recamara. “Hay que pararse de manera que el recule del arma no desvíe el
tiro”. Esto es muy importante. “Hay que respirar antes de gatillar”. Esto es
muy importante. Nos da una carabina a cada uno con el cargador lleno. Se
escucha: Alza, Mira. Guión. Marcelo no dispara. Yo cierro los ojos. Muevo el
índice derecho. Respiro. Disparo mi primer balazo. La bala sale al medio del
campo. A la nada. Marcelo se da vuelta con la carabina sin disparar y papá se
la saca de un tirón. Después le da un golpe con la mano abierta en la cara y le
grita: “Pelotudo, no se juega con las armas”. Esto es muy importante. Marcelo llora.
Mi madre insulta a mi padre. Pelean en voz alta. Ella lo trata de salvaje y él
de tarada. Marcelo llora más fuerte. Yo tomo el brazo de papá y trato de
alejarlo de mamá. Él retrocede. Mamá se calla. Camino tomado del brazo derecho
de papá hasta el baúl y lo ayudo a enfundar las armas. Cerramos el auto y
encendemos el motor sin hablar. De regreso a nuestro campamento en Puente
Romero mamá viajó en el asiento de atrás con Marcelo. Papá me sentó sobre sus
rodillas al volante.
Nadie
habló en la cena. Me acosté sobre la bolsa de dormir sin taparme. Los mosquitos
no molestaban. No hacia frío. Se escuchaban conversaciones de hombres viejos
que pescaban alejados del puente. ¿Pasaríamos las vacaciones disparándole a los
postes, pájaros, botellas y aprendiendo a limpiar una pistola?, ¿Éramos una
banda o una familia? ¿Papá era el jefe y, por alguna razón, yo lo sería en su
ausencia?
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jueves, 24 de octubre de 2013
Con Texto 14
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