sábado, 31 de agosto de 2013

Texto 1

“Es mi deber, aunque sea de arte menor, revelar su vida.
Porque tiene derecho al grito. Entonces yo grito”.
Clarise Lispector
         

Persianas 


El medico indicó que debía pasar siete días en cama hasta bajar la fiebre, disminuir la tos y el goteo de mocos. Han pasado seis. Es decir: mañana se termina la bendita “gripe del verano”. Seis días fueron más que suficientes para explorar mi habitación como si fuera el interior de un caparazón de tortuga y esa tortuga fuera “Yo”. Este reposo fue la cosa más inútil que me pasó en la vida. Ni siquiera me sirvió para faltar a la escuela. Malditas vacaciones. Mientras mis amigos del barrio van a la piscina del club yo bebo sopas, remedios en gotas y me baño dos veces por día pero en la ducha de casa.
            Durante el encierro lo único que llamó mi atención fue el mecanismo por el cual se abren y cierran las persianas. He notado que las persianas de mi habitación poseen un complejo sistema de cintas, piolas y pequeños rodillos que nos permiten regular la entrada de sol con pequeños movimientos. En días como hoy, si no fuera por este sistema, sería imposible soportar la siesta que nos impone dormir mamá mientras ella duerme la suya con la radio encendida.
            Las persianas son americanas, metálicas y cubren la gran ventana curva de la casa. La ventana tiene las hojas pintadas de celeste igual que la camiseta del Club Temperley. Las hojas son altas y angostas. Una reja de hierro impide que puedan entrar ladrones. Mi casa esta ubicada en la esquina Sur de la manzana y el dormitorio con la ventana curva es parte de la planta alta. Mi ventana curva es la única ventana curva de todo el barrio. Cuando mamá descansa profundo levanto las persianas, me siento en el antepecho con las manos apoyadas en las rejas, y observo el paisaje como si piloteara una nave espacial. ¿Las naves espaciales son redondas? No lo sé. Sé que he soñado con viajar en una nave desde que el hombre voló a la luna.
            Desde mi puesto de navegación miro mi barrio. Me gustan los techos de los autos, las mujeres que lavan las veredas temprano y los techos de las casas. En especial me gusta una vieja casona en estado de abandono que solía llenarse de gatos y perros sin hogar. Cuando nos mudamos a Temperley yo imaginaba que el viejo caserón habría sido, en el pasado, un sitio frecuentado por personas notables. Un lugar donde en las noches se brindaban fiestas lujosas. Esa vieja casona de techos quebrados era lo más parecido que yo conocía a un castillo. Desde hace una semana miro las grúas que iniciaron los trabajos de demolición, excavación y retiro de árboles de la casa y el terreno. En su lugar avanza la construcción de una enorme playa de estacionamiento para un Supermercado llamado: “Canguro”. Durante el día vuela polvo, hay ruidos de martillos y varios camiones con remolque entran y salen. De noche se escuchan voces y música hasta tarde.
            Con mi hermano hemos decidido investigar el origen de los sonidos nocturnos. Hoy es jueves y los jueves de noche mamá recibe a sus amigas con las que discute de política en la cocina. Marcelo y yo estamos despiertos y ya hemos ajustado las persianas para ver hacia fuera sin ser vistos. El dormitorio esta a oscuras y las persianas nos hacen invisibles. Nos asomamos despacio. En la vereda vecina un pequeño grupo de hombres y mujeres conversan alrededor de unas botellas de cerveza. Fuman. Una muchacha toma de la mano al sereno de la obra y se meten juntos en el lugar donde se guardan las herramientas de trabajo. El sitio tiene techo y paredes de chapa vieja. Se nota que apagan la luz en su interior. La radio se enciende. Los mosquitos dan vueltas alocadas sobre el farol de la esquina. Un ómnibus de la línea 318 detiene su marcha en la parada de la esquina de mi casa. En el primer asiento doble viaja papá. Su cabeza se apoya sobre la ventanilla. Marcelo lo ve y se tira al piso del miedo. Yo dudo. Veo que papá esta dormido. Él viste una camisa de manga corta. Tiene los hombros encorvados hacía delante y los brazos le caen sobre el pecho. Su cabello oscuro y enrulado se deforma apoyado contra el vidrio. Él viaja desde su trabajo de día a su trabajo de la noche. Es raro que papá este en casa durante la semana. Lo miro. Lo extraño. No me aguanto y levanto las persianas hasta el tope. Le hago señas con las manos. Quiero que él me vea. No me importa que después me castiguen por estar despierto sin permiso. Abro y cierro los brazos como si lo estuviera abrazando. El ómnibus reinicia su marcha. Pasa debajo de mi ventana. Un obrero, que se separó del grupo que conversa con las prostitutas, me descubre. El grupo se dispersa. El hombre y la mujer salen del cuartito. Mi padre no despierta. Yo no lo abrazo. Marcelo sigue en el suelo. Bajamos las persianas sin hacer ruido y juramos no delatarnos. Somos hermanos. Nos dormimos en paz. Mamá no se entera.
            Mientras desayunamos se escuchan voces de protesta contra el supermercado Canguro en la radio de la cocina. Los vecinos consultados afirman que las obras son ruidosas y lentas. Los almaceneros dicen que se quedaran sin clientes y se fundirán. Un grupo de la Iglesia católica de Temperley asegura que la prostitución ya jamás se retirará del barrio. Todos coinciden en que estas cosas no pasaban antes. Mamá sostiene que el dueño del Supermercado es: Rockefeller. Que el tipo es un americano que apoyó los golpes militares al igual que el gobierno de los EEUU. Todo el mundo habla del asunto.
            Todo el mundo habla del asunto hasta que por fin salgo a la vereda y camino rumbo a la casa de mi vecino “el Colo”. Allí, su padre, el “Peca”, habla del campeonato del ascenso a primera división. Según el Peca: El año pasado Ganó Perón y, Banfield, el club del intendente, cambio de categoría. Este campeonato es nuestro de punta a punta.
            Con este vaticinio del “Peca”, que nunca erraba un número en la quiniela abandoné el plan de convertirme en astronauta y viajar en el Apolo15. La cancha de Temperley quedaba mucho más cerca que todo Cabo Cañaveral, la NASA y los benditos EEUU con todos sus Rockefeller. Marcelo y yo seríamos jugadores de fútbol del Club Atlético Temperley. Los dos seríamos la base creativa del equipo. El jugaría de 5 y yo de 11como el negro Corbalan. Ambos por la izquierda. A papá le gustaría porque a él, en el barrio, le dicen “el Zurdo” y nunca deja de ir a la cancha.

Continuará......
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