lunes, 30 de septiembre de 2013

Texto 5

Patria hermosa

Marzo arrancó con Temperley jugando de local contra Lanús. El temible “Granate”, eterno candidato a campeón. Lanús el equipo que subió y bajó de primera división en tres oportunidades a lo largo de su historia. El cuadro de Quindimil, el Intendente Justicialista más veterano de la provincia de Buenos Aires. El amigo de Perón. El que le bancó el partido cuando el viejo estaba en el exilio.
            Este sábado hasta el padre del Colo dice que estamos jodidos, que hay que sacar un empate y esperar al próximo partido. Lo impulsa una lógica de hierro: de cuatro partidos jugados, ganamos dos y perdimos dos. Según él, hoy podríamos empatar de local sin que sea un mal resultado. Sobre todo con los árbitros de mierda que siempre cobran para los contrarios. Él no irá a la cancha. Dice que el corazón no le aguanta tanto despelote.
            Yo salgo al mediodía de casa porque tengo que cambiarme antes del partido. Mi hermano Marcelo me acompaña. Es la primera vez que vamos solos al club. Papá nos prometió ir más tarde. Después del partido de reserva. Marcelo va a la cancha con un gorro visera color celeste que tiene estampada la cara del Tío Campora y la V de la victoria. Lleva el gorro puesto por más que no hay sol. Mi hermano tiene 9 años y no sabe lo que es ser peronista. Tiene ese gorro porque lo encontró en la calle. Nadie se lo compró. Mientras caminamos él levanta los brazos y saluda a los vecinos como si fuera Perón y estuviera en el balcón de la Casa Rosada. Los vecinos lo festejan. Él parece entrar en trance en cada saludo que realiza. Los autos le tocan bocina para festejar la ocurrencia. Marcelo es el popular de los dos por más que yo entré a la cancha mientras juegan los titulares. Él espera en la platea la llegada de papá. No tiene miedo. No se asusta. La platea es su escenario. Allí come gratis porque le regalan los panchos. Bebe Coca cola sin pagar porque el vendedor es de la JTP. En la platea él esta en su reino. Parado sobre los asientos de madera imita a “La momia” luchando contra Karadagián. Puedo sentir los aplausos a las actuaciones de mi hermano desde el vestuario.
            Estamos cambiados. Listos para entrara la cancha. Perducca nos dice que hoy salimos por el túnel y no por la platea como el sábado pasado. El pasillo que conduce al túnel es oscuro, apenas están prendidas algunas bombitas cada tanto. Él viejo nos pide que lo sigamos. En el camino pasamos por el vestuario local que huele a linimento de alcanfor, que suena a botines con tapones de metal contra el piso de Pórtland.
            Subimos una escalera. Perducca da unos golpes de puño contra la puerta de chapa que cierra la salida del túnel. La puerta se mueve. Vemos aparecer el cielo aún más celeste que nuestra camiseta. Un estallido de gritos nos penetra las orejas. Pisamos el césped como si fuéramos jugadores de la primera. Me tiemblan las piernas. Tengo la piel de gallina. Corremos hasta nuestros puestos al lado de la línea de cal. Los mismos sitios de la fecha anterior.
            El partido esta por empezar. La Voz del Estadio da la formación de los equipos por los altoparlantes. El sonido aturde a quienes estamos cerca. Los perros de la policía aúllan desconsolados. Las hinchadas se baten en un duelo de canto, bombos y banderas. Los bombos nuestros están pintados de celeste por fuera y llevan el escudo peronista en el parche. Los golpean con mangueras atadas a las manos. Sobre los cueros hay manchas de sangre vieja y nueva. Los jugadores titulares de ambos equipos salen a la cancha. Se acercan al mediocampo. Los fotógrafos disparan sus maquinas para los diarios. “La voz del estadio” felicita al niño de la platea que lleva puesto el gorro de Campora y las tribunas estallan en un solo canto:
Yo te daré.
Te daré patria hermosa.
Te daré una cosa.
Una cosa que empieza con P.
Perón
Y aplauden al mismo tiempo. El estadio entero parece en trance de misa. En estado de emoción colectiva. Yo nunca vi nada igual. Caen más papeles. El árbitro del partido, como si nada pasara, revolea una moneda. Resultado: Abre Lanús. Temperley elije arco. Mi hermano se sienta y papá, que recién llega, lo abraza e intenta sacarle el gorro sin éxito. De toda la tribuna baja un solo canto:

Los muchachos peronistas
todos unidos triunfaremos,
y como siempre daremos
un grito de corazón:
¡Viva Perón! ¡Viva Perón!
Por ese gran argentino
que se supo conquistar
a la gran masa del pueblo
combatiendo al capital.
¡Perón, Perón, qué grande sos!
¡Mi general, cuanto valés!
¡Perón, Perón, gran conductor,
sos el primer trabajador!

            En una tarde que se volvió muy lluviosa en unos pocos minutos. Sobre un terreno barroso el celeste le ganó 1 a 0 a Lanús y todo fue delirio. Los hinchas del granate se fueron rodeados por la policía y nosotros nos quedamos cantando bajo el agua más de cuarenta minutos. Habíamos pasado una prueba de fuego. Le ganábamos al caballo del comisario. Y le ganábamos a lo guapo: “Desde atrás”, como le gustaba decir al abuelo Pichón. Los jugadores, empapados, revoleaban sus camisetas en el aire para que no afloje el canto en la tribuna y suenen más fuerte los bombos.
            Algo se encendió esa tarde. Lo podíamos sentir los que no nos fuimos por la lluvia. Se palpaba en el aire. Era un sentimiento eléctrico. Nosotros regresamos caminando a casa bajo la lluvia. Felices. El peca estaba en la puerta de la Sastrería esperándonos para festejar. Él lo invitó a papá con un vaso de ginebra y un pucho. Papá se bebió la ginebra de un trago y encendió el cigarro. A nosotros nos dieron dos toallas y ropa seca. Nos desvestimos y nos secamos mientras Papá le contó completo al Peca como fue el gol de Patti que algunos decían que fue gol en contra del defensor de Lanús. Emocionado Papá soltó al aire: si el sábado que viene le ganamos a Los Andes yo pago el asado para todos. Ese sábado dejó de importarle que el Peca fuera Peronista y faltó al trabajo.
( Continuará...) 


martes, 24 de septiembre de 2013

Con Texto 9

Los Carnet de Oscar Temperley Kpo
(EN BREVE, PROMETIÓ, UNA HISTORIA SUYA)



Con Texto 8



Mi carnet. 
Regalado, tengo entendido, por mi abuelo materno. 
Alfredo Mareque.
Una joyita




lunes, 23 de septiembre de 2013

Texto 4

Pichón de abuelo


El viejo Perducca se acercó a la canchita donde practicaban las inferiores, se apoyó sobre un tirante de madera y nos bichó un largo rato sin abrir la boca. Don ángel llevaba puesto un pañuelo mojado cubriéndole la pelada. Sus ojos brillaban. Parecía inquieto. Cada tanto se paraba para acercarse al bidón de agua y darle un buen sorbo. El aire seco del verano y la tierra de la canchita hacían que el polvo fuera una maldición para sus pulmones.
            Angelito en el verano del 74, estaba flaco, muy flaco. Barbudo y quizás algo encorvado. Vivía en un cuarto ubicado debajo de la tribuna de los Locales. Cerca de los vestuarios. En el mismo sitio guardaba sus herramientas de trabajo: Dos regaderas de cinc, varias bolsas de cal, una cortadora de pasto, tres rastrillos y algo de veneno para las hormigas. Sobre un estante de madera descansaban las redes de los arcos, los banderines del córner y alguna que otra pelota Nº 5. Bajo su atenta mirada y sus manos laboriosas estaban el mantenimiento del césped del estadio y la colocación de banderines y redes los viernes previos al partido. La cancha era un asunto de él y de nadie más. Perducca disponía si se podía utilizar el estadio luego de una lluvia intensa o si había que sembrar pasto en algún sitio. Como si fuera poco este año los de la comisión de fútbol le pidieron que además se encargara de los balones que se perdían por los laterales. El problema se había generalizado en todas las canchas. Primero, porque la gente se los afanaba y segundo, porque se perdía un tiempo de locos en cada lateral. Finalmente porque estaba bien visto poner a los pibes de las inferiores para el trabajo de alcanzar pelotas.
            Perducca fue el encargado de seleccionar al primer grupo que realizaría la tarea. El viejo, tosiendo, con el eterno pucho sin encender en la boca nos miró y dijo: Vos, vos, vos y vos se me vienen el sábado al mediodía porque salen a la cancha para alcanzar los balones que se meten detrás de los carteles. Se traen botines, jabón y toalla. Los pantalones cortos, las medias y las camisetas las pone el Club. Señores, les pido que no me coman mucho antes de venir. No quiero verlos quietos porque están pesados. Antes de saludarnos, miró de reojo al 7 y le dijo: Mijito ud es un morfón.   El viejo sabía de futbol y podía decir lo que quisiera a quien quisiera. El era algo si como la gloria viva del club. Un jugador con historia deportiva propia a quien el destino, no siempre justo, dejó para siempre en Temperley. Mi abuelo decía que él había ganado una medalla Olímpica. En Ámsterdam. En un partido que perdimos contra los Uruguayos, en la final del 28. En el club aseguraban que “angelito” le jodió una tarde entera al Boca Juniors de la década del 20. Años en los cuales los Xeneises ganaban hasta en las canchas de bochas. Su lealtad justificaría aquel cariño que le guardaba el abuelo cuando se ponía serio y sentenciaba: “al ángel, lo llamaron para jugar todos los equipos grandes y él prefirió quedarse con los suyos. En el barrio”.
            Después de la práctica corrí hasta casa y le conté a mamá. Ella escuchó en silencio y no dijo una palabra. Lo cual era un poco raro. Mamá solía estar en contra de todo lo que sucediera en el Club. Creo que no le interesaba el fútbol. Al menos en esta oportunidad, y esto no era poca cosa, no parecía estar en contra. Imaginé que Papá si se pondría muy contento. Él, desde niño, iba a la cancha con el abuelo. Pensé que el sábado podríamos ir todos. Lastima que al abuelo le suspendieron la entrada al Club porque se peleaba con todo el mundo. Y por todo el mundo quiero decir: contrarios y locales.
            Esperé la llegada de papá despierto. No pensaba dormirme sin contarle. Cuando escuché sus pasos por el pasillo salté de la cama y lo alcancé antes de que abriera la puerta de su habitación. La noticia de mi entrada al estadio el sábado me picaba en la boca más que las sopas de mamá. Regresamos al dormitorio. Marcelo dormía. Le conté todo de un tirón. Papá miró el afiche del Celeste, hizo un silencio como de admiración y dijo en voz baja: Mañana salimos juntos. No podes ir con esos botines viejos. Dormite. No despiertes a tu hermano.
            Los Sacachispas de lona dejaron paso a los Fulvence de cuero con tres líneas en V una mañana de viernes con llovizna suave pero interminable. Justo un día antes del partido con Sportivo Dock Sud donde los celestes estrenaríamos la condición de local. La elección fue rápida. Hacia meses que ambos sabíamos lo que queríamos. Sólo faltaba la plata.
            La tarde de mi debut, como auxiliar de cancha, el celeste salió del túnel con Hernandorena; Agostinelli, Panizo, Salvador  y Di Bastiano; García, Magalhaes, Biondi, Arrivillaga, Patti y Corbalán. En pocos segundos la cancha se cubrió con los papelitos que bajaban desde la tribuna y la platea. Miles de trozos de viejos diarios rotos cubrían el césped como una espesa capa de nieve sucia. Cuando Temperley pisó el estadio los visitantes ya peloteaban contra el arco alejado de la tribuna local. Al trote corto todos los jugadores fueron al medio de la cancha para saludar a la parcialidad con los brazos en alto. Atrás de ellos salieron los fotógrafos. El celeste se preparó para su primera foto en el Berenger. La foto del local, con la tribuna llena de banderas como fondo. La multitud era un sólo grito: Soy celeste, soy celeste. Celeste yo soy. Seguido del clásico: Que grite la platea. La, la, la, la.
            Dejé mi puesto y corrí hasta el medio de la cancha y me paré entre medio de Panizzo y Agostinelli. Ambos estaban de pie con los brazos cruzados. No hubiera llegado a la punta donde estaba el negro Corbalán antes de las instantáneas. Los fotógrafos dispararon sus maquinas mientras se escuchaba a las tribunas cantar juntas por primera y última vez: Perón, Perón que grande sos. Mi general cuanto vales…
            Panizzo, el capitán celeste, marchó junto a los árbitros para el sorteo. Yo quedé ubicado contra el alambre que daba a la platea. El menos peligroso. Tenía el sol en la espalda y al negro Corbalán del otro lado. No podía quejarme, lo vería correr pegado a la línea de cal en el segundo tiempo. En el que se definían todos los partidos.
            La sorpresa fue ver a papá, a mi hermano y al abuelo en la platea. Creo pagaron la entrada sólo por tenerme cerca y evitar los controles de la policía en la tribuna. Ninguno había pisado la platea en su vida. Ellos iban al tablón. Al sitio mismo donde las banderas celestes se agitaban y se tomaba vino. El viejo se acercó al tejido del alambrado y me saludó mientras los jugadores se acomodaban para empezar el primer tiempo. Después lo vi sentado en la segunda fila. Junto a papá. Se pasaron todo el primer tiempo gritándome.
            Cuando faltaban diez minutos para terminar el partido el negro Corbalán llega a mi lado para hacer un lateral. Corrí y le llevé la pelota casi hasta las manos. El negro miro al árbitro y al descubrir que nadie le prestaba atención la volvió a tirar al costado y le indicó a Salvador que él reponga el balón. Yo tuve que correr tras una pelota que picaba en cada pozo. Los del banco visitante casi me dan una patada en el culo al pasar frente a ellos. Regresé se la di a Salvador y él sacó rápido para el negro que no paró hasta el área en donde le tiraron una patada desde atrás. El arbitro Aramburu cobró penal para Temperley. Segundos después Di Bastiano se acercó al balón y reventó la red. El estadio explotó. Cayeron más papeles y las camisetas celestes se abrazaron frente a la tribuna. Papá se acercó al alambrado y gritó ese gol como si fuera el último que haríamos en varios años. Le escuché decir algo así como: ahora si que no nos para nadie. Vamos celeste la puta que lo parió y después, con ojos picaros, “negrito no corras por la pelota. Tarda todo lo que puedas no ves que ganamos”.
            En la salida del estadio el abuelo me felicitó por mi trabajo en el gol. Juró volver a la cancha para la final que, según él, sería contra Lanús o Quilmes. Metió la mano en el bolsillo y me dio un billete de cien pesos como regalo por mi cumpleaños. Mañana cumplía 13 años. Tenía botines nuevos y Temperley  había ganado de local. Que más podía pedir.  
            Dos horas después en la pizzería donde papá trabajaba por las noches la radio se escuchaba suave y anodina. Ya nadie trasmitía fútbol. La música no atraía ni alejaba clientes. Sobre una esquina de la mesada, contra el horno, un hombre calvo cortaba tomates y ajos para preparar la salsa. Dos viejos bebían en silencio. El teléfono público tenía el tubo roto y caído. En la estación había alboroto. El tren rápido rumbo a  Mar del Plata pasaba en media hora. Según papá en ese horario mucha gente se acercaba a despedir a un pariente y algunos se comían una porción de pizza o se tomaban una cerveza luego de los saludos.
            Papá fumaba particulares 30 sin filtro y a mi me gustaba el olor amargo que despedían. Él quiso fumar y como no tenía mas que dos puchos me envió al quiosco. Regresé a la mesa con el atado que él necesitaba fumar para poder pasar la noche en paz. Me gustaba comprarle los cigarrillos, hablar con el quiosquero y usar el vuelto en chicles. Cuando estuve frente a él le acerqué el atado abierto con un cigarrillo suelto para que pudiera sacarlo sin ensuciar el resto. Papá sonrió agradecido.
            Papá no era muy conversador. Habló, si, unas pocas palabras del partido que acabábamos de ganar. Yo quería hablar del celeste. En realidad yo quería hablar de otra cosa pero no quería ir directo al asunto. Llevaba varios días con una sola pregunta para hacerle. Con un sólo pensamiento cuyo origen era confuso. En parte quería saber para estar tranquilo. En parte quería saber para responderles a los vecinos. En el almacén había escuchado algo como: “el cana sacó un sable y arremetió contra los que hacían la cola para comprar una entrada a la tribuna” y “el policía estaba arriba de un caballo y él lo bajó de un solo golpe”. Todos los cuentos coincidían en que el escenario del asesinato era la cancha de Temperley. El almacenero y su mujer y luego el ferretero me insinuaron, en varias oportunidades y de maneras muy sutiles, que debía hablar con papá. Me temblaban las piernas de pensar en la respuesta.
            ¿Papá el abuelo mató a un policía?
            Él tiró el pucho recién encendido al piso y con el mismo envión me estrelló su mano en la cara. “Ni se te ocurra preguntar otra vez” dijo apurado. Mi cara se inflamó en segundos. Él mismo me llevó a la canilla del lavaplatos y me enterró en la pileta hasta que creyó que la hinchazón estaba controlada. Él pegaba muy rápido y fuerte. Jamás practicó boxeo, ni nada pero pegaba muy fuerte. La puerta del baño de casa tiene dos agujeros que él hizo por no estrellarle la cara a mamá. Papá pegaba muy fuerte. Recuerdo cuando partía tablas de madera por una cerveza que pagaba el abuelo. Recuerdo cuando doblaba las tapitas de chapa de esas cervezas con los dedos de una mano por más cerveza. O cuando nos levantaba a Marcelo y a mi juntos sobre sus hombros porque nadie le creía.
            No recuerdo volver preguntarle nunca por el famoso asesinato del policía que todo el barrio le adjudicaba, con orgullo o vergüenza, al abuelo Pichón. La fiesta de cumpleaños se suspendió y no recibí ningún regalo.


Continuará........

jueves, 19 de septiembre de 2013

lunes, 16 de septiembre de 2013

Con Texto 6


Evita.....


Texto 3

El Peca


El sábado nueve de febrero a las tres de la tarde el “Peca” estaba barbudo, vestía un pantalón marrón de tela y llevaba una camiseta de frisa cubriéndole el pecho. En la boca tenía un escarbadientes. Esa tarde imborrable, bajo un calor de mil infiernos, nos permitió entrar en su mundo. Creo que lo aflojaron nuestros cuentos de las prácticas. Para él era importante “como el técnico había plantado” al equipo titular. Nosotros le pasábamos la posta. A él, como todo viejo burrero, le gustaba estar informado con cierta anticipación.
            Una vieja y pequeña sala de recepción transformada, con los años y a la fuerza, en taller de costura era el templo del Peca por más que en alguna oportunidad se coloran la esposa y una vecina que solía ayudar con los vestidos de novia. En las paredes se apoyaban largas reglas de madera y estantes repletos de alfileres y costureros de todos los tamaños. Una maquina de coser, un ventilador de techo y una mesa de madera forrada con tela verde en la cual se trabajaba eran el resto del equipamiento. Sobre una repisa de madera descansaba un bufoso, el mate y la radio. Del cielorraso colgaban varias perchas con sacos aún sin mangas marcados con tiza. En el ventanal que daba al patio había dos afiches viejos. En el más grande Perón, vestido de militar, posaba montado en un caballo pinto. En el otro, un rostro de mujer, de frente amplia y pelos al viento, desafiaba con su mirada clavada en el futuro. Evita Montonera era el amor secreto del Peca. Sobre la misma foto, pero al pie, había una estampita con un santo.
            El Peca con gran sabiduría y voz pausada, antes de escuchar el partido, nos explicaría como habría que disputar el campeonato. Para eso despejó la mesa, tela por tela, armando una pila de pantalones y mangas sobre el taburete en el que solía sentarse y con una tiza, de las que había muchas, dibujó una cancha, con sus dos arcos, y la línea central. Allí trazó cruces a las que les fue asignando los nombres de los jugadores titulares y varias flechas que mostraban posibles movimientos “tácticos”. Luego de un rato de dibujos y movimientos imposibles de recordar por cualquier jugador, no sólo de Temperley sino del mundo, el peca dictaminó: Para llegar a las finales de fin de año tenemos que ganar todos los partidos de local y no perder de visitantes como el sábado pasado. Después apagó un pucho, dio la orden de encender la “La siete mares” para escuchar el partido contra Quilmes y se sirvió el primer mate.
            Noventa minutos después el comentarista de Radio Rivadavia decía: “En un partido de trámite irregular el visitante fue más oportuno que Quilmes en dos oportunidades. Eso marcó de manera definitiva el resultado del encuentro dando la victoria al equipo de Temperley que supo aprovechar el juego aéreo. Es de destacar la actuación del volante celeste Maghalaes y del delantero Corbalán. Ambos, jugadores de experiencia, supieron poner calma en el tratamiento de la pelota una vez obtenida la ventaja del 2 a 0. Resultado que sería definitivo al cabo de los 90 minutos del encuentro”.
            "Cada día una copita, estimula y sienta bien". Tomé Ginebra Boooooools ....
            “Una nota aparte merecen los sucesos de violencia registrados cuando los simpatizantes de Quilmes impidieron el ingreso al estadio de los parciales Celestes generando la intervención de los agentes policiales para separar a ambas parcialidades. Las denuncias realizadas en la seccional de la policía dan cuenta del estado de los colectivos de la línea 318 con parabrisas y vidrios laterales rotos. Sucesos a los cuales se suman las detenciones realizadas por las fuerzas del orden que dejaron el saldo de veintitrés detenidos. Los cuales serán liberados el domingo de mediodía.”…
            El armado del fixture de la A.F.A para el torneo de la división “B” nos deparó una sorpresa extra: Temperley jugó dos partidos seguidos de visitantes en el inicio del campeonato. Nadie entendía como sucedió. En la entrevista que cerró la emisión deportiva de la radio el presidente de Temperley afirmó: “El sorteo se realizó a puertas cerradas. Nunca hemos ganado un reclamo. A joderse. Ganemos los puntos en la cancha como hoy”.  

Continuará.........


martes, 10 de septiembre de 2013

lunes, 9 de septiembre de 2013

Texto 2

Inferiores


Yo quería ser Horacio, “el negro”, Corbalán. Soñaba con picar por la izquierda, pegado a la línea de cal, hasta el banderín del corner para sacar un centro atrás directo a la cabeza del nueve. Me imaginaba haciendo la diagonal, enganchando la pelota con la zurda, frente a un solitario arquero incapaz de frenar una redonda que viajara, sobre el césped, rumbo a la red. Soñaba, de día y de noche, con llevar puesta la camiseta celeste con el número 11 en la espalda. Sin mucho esfuerzo podía verme saliendo del túnel con los papelitos cayendo sobre mi cabeza, con el grito de aliento de la hinchada y el aplauso exigente de la platea. Tenía muy frescos en el corazón los recuerdos del subcampeonato del año pasado. Quería ser “el negro” porqué él conocía la historia del Club; porque él vivió de cerca los campeonatos en los que el ascenso a primera no se daba por uno o dos puntos; porque el negro Corbalan llegó a titular desde las inferiores. Desde el mismo semillero en el que yo jugaba los martes, jueves y domingos. Su camiseta celeste con bolsillo verde, testigo fiel del paso del negro por las inferiores, estaba colgada en el hall de la Sede. Sobre la tela gastada por el sol y los lavados estaba escrito: Un abrazo a todos “Los Piojos”. Corbalán. Yo era un Piojo del 61.
            Cuando el diario La Unión publicó la fecha del inicio del torneo del ascenso mis sueños de ser futbolista aumentaron. Busqué datos sobre “El negro” en las revistas “Goles” y “El Gráfico” que teníamos en casa. Con espíritu detectivesco rastreé datos sobre su vida. Me enteré que él nació en Tucumán en la navidad del cuarenta y ocho; que su nombre completo era Estaban Horacio, por sus dos abuelos y que lo apodaron “el cucaracha” por ser negro, escurridizo y difícil de extinguir. Los cuatro hermanos Corbalan y sus esposas con los 9 hijos llegaron a Temperley en mayo del cincuenta y cinco y jamás se fueron. De la revista “Goles” de noviembre del 73 arranqué la única foto que salió de Temperley ese año y la colgué sobre mi cama. En esa foto el negro llevaba el pelo largo y sonreía con sus dientes chuecos y blancos. Tenía una sonrisa picara, sana. Sus ojos oscuros eran capaces de darle vida a la foto entera. En esa foto, el once celeste, está en cuclillas con el brazo izquierdo sobre los hombros del “Tanque” Vitulano, el goleador del equipo. Junto a ellos posan agachados, Magalahes, Biondi y Alejo Escos. Salvo “el negro” todos parecen saber que no ascenderían ese año, que la maldición de los equipos chicos caería sobre ellos. Me sentía intrigado por los detalles importantes de un jugador profesional. Quería saber como se ataban los botines, quería escuchar como se pedía una pelota. ¿Como adivinar cuando desmarcarse y picar al vació? En fin, imaginaba, en silencio, que habría mucho que aprender antes de poder correr pegado a la línea para enviar el centro atrás.
            Para ser un futbolista de primera como el negro Corbalán imaginé una estrategia más efectiva que la lectura de revistas: Ir a la práctica y volver al espionaje. Con el plan secreto de espiar al “negro” Corbalán decidido di el primer paso en su resolución. Convencí a mi hermano Marcelo y a nuestro vecino el Colo de asistir al entrenamiento del Celeste. Fuimos el primer miércoles de febrero porque los socios no pagaban. Se entraba con carnet y cuota al día. Los tres fuimos caminando hasta la cancha. Nos ubicamos en la tribuna visitante. La que daba al ferrocarril. La que nunca se llenaba. Ni en los entrenamientos, ni en los partidos oficiales. Poca gente se acercaba hasta el Sur para alentar a su equipo. Estaba convencido de que contra ese arco atacaría la formación titular del próximo sábado. En ese equipo, sin lugar a dudas, se alistaría “el negro”. Al rato, un grupo de treinta personas salieron del túnel al trote. Conversando entre ellos. Varias pelotas volaron al aire como oscuras luces de bengalas. Ninguno llevaba puesta la camiseta del club. Vestían chalecos naranjas o verdes. Del pelotón yo distinguí al negro y sólo al negro. Corbalán salió con el pelo mojado. Moviendo la cabeza hacía los costados. Saludando a la tribuna con los brazos en alto.
            Una vez en la cancha los jugadores se fueron desparramando por distintos sectores. En el grupo más numeroso peloteaban entre si. Alguien, no sé quien, hacía de “Loco”. Cerca de la platea otro grupito hacía piques cortos. Tres jugadores se fueron con el arquero Hernadorena a tirarle remates al arco que daba a la tribuna Local. Patti y el negro realizaron unas flexiones y luego comenzaron una vuelta entera a la cancha para entrar en calor. Que dupla. Ambos trotaban a los saltitos, moviendo los brazos al mismo tiempo que las piernas. Llevaban las manos cerradas y el cuerpo tirado hacia delante. Cada tanto sacaban un puntapié al vacío como tirando un centro sin pelota o flexionaban el cuerpo para tocar el césped con la mano. Cuando pasaron debajo de la tribuna visitante, ambos saludaron. Me tiré contra el alambrado y me trepé unos pasos para ver mejor. Quería correr a su lado. Con ellos. Jamás puse un pie en la cancha oficial. Las inferiores no jugaban ningún partido en el estadio. Estaba prohibido entrar al campo.
            El primer sábado de febrero del 74 sería el debut del nuevo plantel. El técnico y las incorporaciones harían su presentación oficial. Jugábamos de visitantes. Para llegar al estadio de Talleres tendríamos que viajar en el ómnibus con la hinchada. A ninguno de nosotros nos dejarían viajar en esas condiciones a la cancha. Eso estaba decidido por nuestros padres y parecía inamovible. Maldije una y otra vez no vivir en Remedios de Escalada. Por las dudas, de paso, también putie a San Martín. Mientras mi enojó aumentaba en la cancha se armó un picado de titulares contra suplentes. Por alguna razón no se cobraban los fuera de juego del equipo titular y los tiros libres en su contra se pateaban dos veces. El partido terminó 5 a 1. con goles de  Patty, Di Bastiano y tres del negro Corbalan.
            Cada vez que la zurda del negro rozó el césped del Berenguer un grito del gol ahogado recorrió el hormigón de las tribunas como una bandera celeste en pleno vuelo. Verlo jugar de cerca fue un regalo. Sus gambetas podían silenciar a diez mil personas en un segundo. La “Voz del Estadio” tartamudeaba en los altoparlantes cuando anunciaba su entrada en la cancha. El negro, aún con las medias caídas y los botines sin atar, era un Super Héroe aunque de cerca parecía un palito. Como Ortega, el otro Tucumano celebre.


Continuará...

jueves, 5 de septiembre de 2013