Despedidas
El lunes primero de Julio el Peca encendió la
radio como todas las mañanas. No tenía noticias frescas sobre el estado de
salud del General salvo los rumores que recorrieron el barrio todo el fin de
semana. El taller se abría con el mate, el informativo y el pucho. A las ocho
de la mañana el peca, instalado en su taller de costura, escuchaba la Siete Mares sin que
nadie ni nada lo sacara de allí. Las noticias eran contradictorias. Se hablaba
del infarto al corazón pero se afirmaba que evolucionaba según los pronósticos
médicos. Se recordaba que este infarto no era el primero y al mismo tiempo se
anunciaban actos de gobierno con Perón como orador. Se hablaba de la soledad
del General en sus últimos años en el exilio, de su vejez. Perón tenía 78 años.
El peca esa mañana subió el volumen de la radio porque la polea de la maquina
de coser le impedía escuchar de forma clara. Transpiraba aunque solo vistiera
una musculosa. Estaba impreciso en las agujas y los hilos. Se entreveraba. La
pava, a un costado del mate, se enfriaba sin que nadie la toque. Olvidada. A
media mañana un periodista afirmó que no habría dudas sobre la muerte del
general. Restaba si, una confirmación oficial por parte de la Casa Rosada. Según
este periodista Perón abría muerto en la mañana y se estarían arreglando los
detalles del velorio. Hasta acá digamos que el peca lo soporto. Después el peca
ya no pudo con su bronca. Apagó la radio, llamó a su mujer, se puso una camisa
y un blazer que descolgó del taller y cerró. Salieron juntos rumbo el centro.
Antes pasaron por casa para pedir que estuviéramos atentos a la llegada del
colo de la escuela. Dejaron unos pesos para ayudar con la comida. Saludaron y
se fueron. La televisión no dejaba de pasar imágenes que mostraban a la gente
en la calle. Muchas mujeres, quizás más que hombres hacían cola enorme para
dejar una flor en el cajón del líder. Lloraban, tenían el rostro desfigurado
del dolor. Miles de lagrimas quedaron en la veredas y en las calles que
juntaron a quienes participaron del adiós al viejo. La voz de María Estela
Martines de Perón congeló el país entero. Miles de radio portátiles pegadas a
miles de orejas de miles de personas dijeron más o menos lo mismo: El general
está muerto.
Diario “La mañana” de Temperley
Editorial, 2 de julio
de 1974
La muerte del General Juan Domingo
Perón cubre de luto a la
Nación. Luego de un largo fin de semana en donde los partes
médicos dieron cuenta del agravamiento del estado de salud del Presidente ayer,
1 de Julio, a temprana hora de la tarde se despidió este patriota inigualable.
Doña María Estela Martínez, viuda del General, anunció por cadena nacional: …“Con
gran dolor debo transmitir al pueblo de la Nación Argentina
el fallecimiento de este verdadero apóstol de la paz y la no violencia”.
En cada rincón del país se le rinde
digno homenaje a J. D. Perón quien fuera tres veces Presidente de la Nación. Embajadores
de Latinoamérica, Europa y Estados Unidos junto a políticos del Peronismo y de
la oposición rinden sus condolencias a la Viuda de Perón quien desde hoy será formalmente
la primera presidenta de los argentinos.
En las calles que rodean el Congreso
Nacional, sitio de las honras fúnebres, miles de mujeres, hombres y niños
signados por el dolor arman largas filas en espera de poder dar un último
saludo a quien fuera su líder. Ofrendas florales, velas y estampitas con su
imagen rodean la Plaza
del Congreso y gran parte de Avenida de Mayo.
El tres de Julio Marcelo y yo fuimos a visitar al
peca diez minutos antes del partido contra Alemania Democrática. Fuimos a su
casa a escuchar la despedida de Argentina del mundial porque no queríamos
dejarlo solo después de la muerte de Perón. Marcelo se puso su gorro con la
foto del tío Campora y la remera de Temperley con la que iba a la cancha. La
casa del peca tenía una tela negra colgada del alambre del cerco. Sobre la tela
estaba pegada la foto del General con su uniforme verde oliva y las botas
negras montado sobre su caballo pinto. La puerta del taller estaba cerrada y la
luz apagada. La casa parecía vacía o peor, parecía como si hubiera muerto un
pariente cercano.
Golpeamos
las manos muy fuerte varias veces hasta que por un costado apareció el colo y
nos hizo pasar. El “Peca” estaba barbudo, tenía un escarbadientes en la boca y
vestía un pantalón negro con una camiseta de frisa cubriéndole el pecho. De
entrada nos aclaró que desde el lunes no escuchaba noticias y que no tenía
ganas de hablar. Nos dijo que estaba podrido de los discursos llorando al viejo
y las noticias de que el gobierno quedaría en manos de López Rega y las 62
organizaciones de Lorenzo Miguel. Prometimos escuchar el partido en silencio.
Nos sentamos los dos junto al Colo alrededor de la mesa de trabajo. El peca apagó
un pucho, dio la orden de encender la “La siete mares” y se sirvió un mate.
El
silencio del taller cubría el sufrimiento desconsolado del Peca. Él odiaba a
los fachos que lo habían expulsado de la comisión directiva del sindicato
textil en el 63. Después de lo de Framini. Según él eran traidores al
peronismo. Cuando la radio sintonizó la emisión de Radio Rivadavia nos entramos
que los jugadores argentinos fueron a misa por la muerte del presidente y
jugarían con un brazalete negro en el brazo por el luto nacional. Después de
eso se escucharon las formaciones de ambos equipos y los himnos.
El
peca remendaba un saco y nosotros jugábamos al telenti con una piedritas. Nadie
hablaba. En la cocina María tomaba mate sola y no se la escuchaba. Alemania
llegaba al arco del pibe Filloy a cada rato y si no la metía era de casualidad.
A los catorce minutos Alemania convirtió el primero y en taller se transformó
en un velorio, aún, más negro. Argentina, que había perdido con Holanda y
Brasil, no tenía posibilidades de nada y se venía de regreso con otra derrota.
Todo salía mal.
A
los veinte “el loco” Houseman empató para los argentinos y después no importó
nada. Se terminó el mundial para los dos equipos y cada uno emprendería el
regreso a su país. Al finalizar el partido un periodista se acerca al goleador
argentino y el “el loco” Houseman lo saluda. El periodista le pregunta que
siente al despedirse del mundial y el loco le contesta: …“Yo hablé con los
muchachos para que no jugáramos el partido. En algún momento se habló de retirar
el equipo, pero parece que después alguien apretó a los dirigentes y terminamos
jugando. En mi caso, no había manera de convencerme de que saliera a la cancha,
hasta que me dijeron que había que ganar para dedicarle el triunfo al General.
Yo me veía el luto y lloraba”.
El
peca pegó un puñetazo en la mesa de costura que hizo volar alfileres por todos
lados. Apagó la radio. Putió a López Rega, a las 62 organizaciones y a todos
los gorilas que estaban festejando que nos fuera como la mierda. Se tapo la
cara con la mano. Saco un pañuelo del bolsillo y se seco las lágrimas. Doña
María entró de golpe asustada y lo abrazó. Nadie supo como seguir.
A
partir del tres de julio de mil novecientos setenta y cuatro el Peca
prácticamente viviría en la sastrería todo el día. Incluso los sábados,
domingos o feriados. Era una fija ver su silueta obesa y sus pelos revueltos
tras los vidrios del ventanal que abrían hacia la vereda. Quien doblara los
ojos, al pasar frente al comercio, podía verlo sumergido en su maquina de coser
o midiendo un blazer o planchando. Por las tardes mechaba esas actividades
propias de su oficio con el riego de los árboles y la escucha de la radio.
Siempre callado, siempre sumergido en el humo del cigarro.
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