Cuerpos
celestes
El 7 de Diciembre de 1974 amaneció con pequeñas
nubes grises de lluvia atravesado el cielo. Gabriel y, su hermano, Marcelo salieron
de su casa rumbo al club. Temprano. Saludaron a los vecinos que vivían en las
dos casas que separaban la suya de la del Colo. Primero al peluquero de mujeres
y luego a las dos viejas García. Las solteronas del barrio. Dos hermanas que
quedaron solas después de la muerte de su madre y que nadie visitaba, ni
reclamaba, ni sepultaría de seguro. Llegaron a la casa del Colo diez minutos
después de despedirse de su madre con un beso y un abrazo en la entrada de su
casa y caminar sobre una vereda de baldosas, hoy, particularmente limpia.
En
la puerta de la entrada a la casa del Colo golpearon las manos para anunciarse
y al instante aparecieron el Peca y su hijo que estaban cerca de la entrada con
dos sanguches de mortadela para compartir. Los tres muchachos salieron
caminando por la vereda de la calle San Pedro hasta la avenida 9 de Julio.
Caminaban despacio. Debían recorrer cuatro cuadras en 20 minutos. En la sede
del Club se reunirían simpatizantes, banderas y bombos celestes. Desde allí
varios colectivos trasladarían a los hinchas hasta la estación de trenes de
Temperley. Para llegar a la esquina de la avenida 9 de Julio los tres jóvenes
pasaron debajo de seis naranjeros silvestres, saludaron a varios vecinos
fanáticos históricos del Club Temperley demasiados viejos como para viajar todo
un sábado en tren hasta Junín. En el estadio de Sarmiento de Junín, vieja
ciudad del interior de la provincia de Buenos Aires, se jugaría la final del
torneo del ascenso 74.
La
mañana del 7 de diciembre a las 7: 45 horas ameritaba llevar puesto algún
abrigo, por lo menos, hasta que el solcito calentara un poco. Gabriel llevaba
su pulóver preferido atado por las mangas sobre el pecho. Marcelo un Suéter
atado a la cintura y el Colo el buzo del colegio que era abrigado y estaba
viejo.
La
avenida 9 de Julio esa mañana se veía como cualquier sábado anterior. Es decir:
pocos colectivos y pocos peatones. En la esquina de San Pedro y 9 de Julio un
carro de caballos se detuvo de golpe. El lechero se levantó de su asiento de
madera, ató las riendas y se bajó con una cesta de alambre con lácteos. Golpeó
la puerta de una casa blanca, que supo tener un kiosco en la ventana que abre a
la avenida, y dejó dos leches y un yogurt. El kiosco “Avenida” que tiempo atrás
fue atendido por una tía solterona de los hermanos Costanzo cerró sus puertas
cuando el templo de la
Madre María , la misma que atendía al presidente Hipólito
Yrigoyen, dejó de atraer turistas y curiosos por estos pagos.
Una
cuadra después al llegar a la esquina de Soler y 9 de Julio los tres muchachos
caminaban conversando sobre el día que les esperaba y juntaban las monedas para
comprar, ni bien se alejaran un poco, el atado de cigarrillos para el viaje.
Para eso debían, al menos, dejar atrás la peluquería de señoras, el almacén de
Don Pedro y el kiosco de diarios que vendía tabaco. Sitios, estos, demasiados
visitados por sus padres como para que un comentario sobre esta compra no
llegara a sus oídos. En el trayecto dejaron atrás la Panadería , la ferretería
y la Quinta de
los Pretti. Única Mansión con gran parque y estatuas con forma de león en todo
el barrio. Pasaron por la casa de la rubia renga que trabajaba de noche en la
puerta de su casa y recién se sintieron libres de comprar puchos al llegar al
corralón de materiales de construcción que ponía la publicad en la cancha del
celeste.
El
7 de diciembre a las 8 de la mañana ningún micro llegó para transportar hinchas
celestes porque fue asesinado un chofer miembro del Sindicato del Trasporte.
Esta muerte provocó un paro con movilización a Plaza de Mayo en pedido de
medidas de seguridad para los trabajadores. Esa mañana por lo tanto todos los
que llegaron a la sede del Club fueron alertados de que se retrasaría 20
minutos “La locomotora del Sur” para que los socios llegaran con el tiempo
justo como para poder de subirse y partir. A las 8:15 Gabriel, Marcelo y el
Colo salieron corriendo hasta la estación de trenes. Llevaban el boleto en la mano
y la plata para lo puchos aún en el bolsillo. Sin prestarle ninguna atención
dejaron atrás la cancha de Temperley que miraba en silencio la partida de sus
parciales y los colegíos de monjas del barrio: Huerto y Belgrano donde sus
alumnos pupilos se preparaban para entrar a clase.
La
estación de trenes de Temperley vestía de fiesta como si fuera un feriado
nacional. El andén principal lucia banderas nacionales y el jefe en persona fue
el encargado del dar el pitazo que despidió al malón de fanáticos que al ritmo
de los bombos, algunos recién estrenados, gritaban: Soy celeste… celeste, yo
soy.
La
locomotora del Sur o el tren celeste según quien lo comente pasó por varias
estaciones vacías sin detenerse. El convoy viajaba en un horario no frecuente y
además, de haber podido, nadie hubiera querido subir con semejante jauría
adentro. En todo el tren no viajaba una sola mujer y abundaban los bombos, las
cadenas y las cachiporras. El presagio de un atentado de la hinchada de Lanús,
ya eliminado, corrió por todo el barrio en los días anteriores a la partida. En
el quinto vagón, empezando desde la maquina, Gabriel, Marcelo y el Colo
encendían el primer cigarrillo mangueado sin que nadie prestara atención a
semejante hazaña.
El
tren con rumbo a Junín a las 9: 30 se detuvo en Santos Lugares. La parada
permitió que la mayoría de los pasajeros se bajaran a mear contra una pared
pintada de blanco. Un pequeño grupo abandonó la estación en busca de
provisiones. Marcelo y el Colo se bajaron en busca de un kiosco donde poder
comprar el preciado atado de cigarrillos. Gabriel custodiaba los asientos que,
a esta altura del viaje, empezaban a convertirse en camas. El grupo que salió
de recorrida por el pueblo regresó corriendo con una Torta decorada de tres pisos. Un señor mayor los corría
gritándoles desde atrás. El 7 de diciembre Paula Jiménez hija de quien corría a
los forajidos celestes festejaría sus 15 años y aquella era su torta de
cumpleaños. El anciano pedía que la devuelvan. Gritaba que les compraría otra.
Nadie atendió sus reclamos. Quedo junto al peón de la estación que lo ayudaba a
respirar. A las 9:45 en varios vagones se comían la torta del campeón a tres
pesos la porción. Por cinco se le podía agregar un chupetazo de cantimplora con
tinto.
A
las 9:50 de la mañana Elsa, la madre de los hermanos Gabriel y Marcelo,
escuchaba la radio. Solía hacerlo de mañana porque no leía los diarios y por lo
general creía que era bueno salir de la casa informada. Daniel, su padre,
estaba en el taller de herrería de la familia tomando mate y esperando que el
carbón ardiera lo suficiente como para poder trabajar un hierro que tenía
destino de herraje. El Peca con su portátil encendida escuchaba tangos clásicos
y su esposa comenzaba a bajar las cajas de cartón con las cosas de navidad en
donde varias pelotas de plástico esperaban salir para adornar el árbol de ese
año. A ella le gusta ponerlo en el living pero esta navidad, convencida por su
esposo, lo armó en la cocina para poder disfrutarlo en las cenas de todo
diciembre.
Al
cruzar el tren los límites de Chacabuco las nubes grises que amenazaban con
descargar una lluvia de diciembre, es decir: corta pero furiosa, eran parte del
pasado. Los cuerpos sudorosos y cansados de los ladrones de tortas, de los que
tocaron el bombo desde la partida y de aquellos que gritaban consignas
futboleras y políticas iban en un profundo reposo. Se podría decir que en ese
momento un tren fantasma celeste avanzaba en silencio por el Oeste de la
provincia de Buenos Aires surcando vías custodiadas con algún que otro
patrullero apostado sobre la ruta 5. El humo mágico del cigarrillo que
compartían Marcelo, Gabriel y el Colo recorría el vagón asiento por asiento
hasta salir por la primer ventanilla con los vidrios rotos.
A
las 11:45 del 7 de diciembre de 1974 en la estación de ferrocarril de Junín
estaban sólo el jefe y su ayudante. Ese día el funcionamiento del servicio de
pasajeros se vio alterado por completo provocando varias dificultades. La mas
insignificante pero no menos grave fue que el Bar estuviera cerrado dejando sin
la grapa de la mañana a varios habitúes. Entre ellos a Pedro Jiménez, que sin
saberlo aún, no encontraría la torta que él pagó un mes atrás como regalo en el
cumpleaños de su sobrina. Motivo por el cual se encontraba esa mañana esperando
el tren con destino a Santos Lugares. Los tipos que se la habían robado y
comido en ese momento tocaban el piso de Portland recién terminado de barrer
con aserrín y gas oil.
La
estación de Junín, inaugurada en pleno Peronismo del 50, fue el sitio del
desembarco de miles de fanáticos que renovaron su espíritu festivo al
encaminarse hacia el centro de la ciudad en busca de comida, baños y kioscos.
Sólo un pequeño grupo se retrasó unos minutos pintando con aerosol dos cerdos
que dentro de una jaula esperaban el traslado a la capital. Centenares de
personas llegaron de golpe al centro de la ciudad en la hora del almuerzo.
Todos querían comer. Los vecinos de Junín, que no dejaban de comentar los
desastres del sábado anterior cuando jugaron Lanús y Unión, atendieron las
recomendaciones de la Policía
y no salieron de sus casas. Aún estaba presente en su memoria aquel desastre
gratuito. Los visitantes rompieron vidrieras y destrozaron varios bancos de la
plaza tomando por sorpresa a los milicos locales que jamás habían visto tanta
gente junta y malhumorada.
Como
suele suceder en todos los pueblos la advertencia la desoyeron una Parrilla y
una heladería del mismo dueño. Gonzáles convencido de que las ventas seguras
superarían los destrozos posibles eligió la piolada de estar abierto todo el
día. A las 12:10 la heladería “Delicias” fue copada por un grupo de veinte
personas que ingresaron en el pequeño local para vaciar las heladeras mientras
la muchacha que atendía se encerraba en el baño. A pocos metros otro grupo le
arrebataba una bandeja de panchos al mozo que caminaba rumbo a la única mesa
ocupada por de gente del lugar. Recién bajados de un camión dos cajones de
cerveza que estaban en la vereda abandonaron el lugar en manos de cuatro
forajidos que huían al grito de: Temperley…, temperley… Diez minutos después un
patrullero despejó el lugar y un camión hidrante, recién llegado a Junín como
refuerzo, despejaron la zona por completo.
El
7 de diciembre del 74 Marcelo sintió asfixia o asma por primera vez en su corta
vida. Probó respirar tapándose la nariz y la boca con las manos pero no detuvo
el efecto de los gases. Tosió fuerte más de una cuadra. La misma suerte
corrieron dos perros que paseaban por la vereda rumbo a la basura como todos
los días. Gabriel y el Colo salieron corriendo antes que Marcelo y escaparon de
los gases.
Para
las 13:00 en el estadio Eva Perón de Junín estaba el grueso de la hinchada
salvo una docena de detenidos que horas después tuvieron que conformarse con
escuchar el partido por la radio. La estrategia de la policía fue despejar de
forajidos la ciudad y qué mejor lugar para meterlos a todos que el propio sitio
donde se jugaría la final. La innovadora medida de permitir el ingreso de los
hinchas con tiempo de sobra fue tomada por el jefe de policía en la soledad de
su despacho el día anterior y luego fue comunicada por teléfono al intendente
de Junín. La idea fue un éxito porque juntó a los simpatizantes de Temperley en
la cancha donde los daños serían menores y la policía se encargó de que nadie
pudiera salir hasta que terminara el partido. El tren en el que viajaban la
mayoría de los simpatizantes del adversario celeste: Unión de Santa Fe fue
detenido por el ejercito en medio de la nada y llegaron sobre la hora lo cual
ayudo a mantener el orden
A
las 14:30 del día del partido más esperado de sus vidas Gabriel, Marcelo y el
Colo están sentados sobre los primeros escalones de la tribuna abatidos del
calor y las corridas. Seguramente no los ayudaría a sentirse bien el atracón de
tabaco que se pegaron mientras esperaban. A las 15:25 el estadio de Junín
sintió el peso de las hinchadas sobre las espaldas de sus tribunas. Miles de
simpatizantes empezaron a olfatear que este no era un día como cualquier otro.
Hoy se jugaba una final del ascenso y eso era Historia. Tomados de las manos,
con los brazos sobre los hombros, apretados, un montón de cuerpos celestes se
fueron transformando en un solo hombre. En una sola bandera, en un único bombo
y una sola garganta capaz de derribar la débil alambrada que separaba el campo
de la tribuna.
Sobre
las 15:30 hs Sergio García juez del partido designado por la AFA dio el pitazo inicial. A
unas pocas cuadras el Jefe de estación preveía, en una tarde acalorada, bajo un
ventilador de techo que el ferrocarril no cambiaba desde la inauguración, que
la evacuación de esa gente tendría que ser el acto más veloz de su carrera como
ferroviario. A muchas cuadras de allí, por no decir 287 kilómetros , la
madre del Colo sintió un dolor en el pecho que ella misma creyó ver como una
premonición: el celeste perdería por 2 goles y su hijo y sus amigos serian
golpeados por una avalancha. Diez minutos más tarde el Peca, prevenido por su
esposa del posible funesto futuro de su Club y su hijo le contestó: “no seas
pelotuda” y siguió con su trabajo.
A
las 16:13, es decir 43 minutos después de iniciado el partido media cancha se
encendió y la otra casi se muere en un instante. El cielo seguía despejado
cuando el balón rebotó contra la red que defendía el arquero celeste: Hernandorena.
El zurdo Garello jugador de Unión de Santa Fe, que 48 horas atrás festejaba el
nacimiento de su hija, ingresaba gol mediante en la historia de su Club. Las
bocas, los pechos y las manos de siete mil hinchas de Temperley se detuvieron
en el estadio y miraron al cielo buscando una explicación. Alguien gritó: Vamos
Celeste la puta que lo parió y todos encendieron el grito: Soy celeste, celeste
yo soy. En ese momento el padre del Colo puteó a su esposa por mala onda y
agorera de tragedias. El padre de Gabriel que ya había transformado el hierro
en herraje abría la persiana con la radio encendida y largaba una puteada.
Durante
los quince minutos que duró el entretiempo los celestes no dejaron de alentar a
su equipo como si ganaran por tres tantos. Poseídos por una fe ciega y
arrolladora los muchachos agitaban banderas al calor de los cantos y los
bombos. A las 16:30 salieron los jugadores de ambos equipos mientras el arbitro
Sergio García se dirigía al centro de la cancha para dar el pitazo inicial del
segundo tiempo. Tres minutos fueron necesarios para que Di Bastiano convirtiera
el gol del empate venciendo al arquero Burtovoy y destapara el delirio de la
hinchada. Los comentaristas de radio apostados en sus cabinas sobre la hinchada
de Temperly dejaron de ser neutrales y se sumaron a un festejo que olía a
campeonato. A partir de ese momento la hinchada de Temperley solo cantó una y
otra vez: Dale campeón, dale campeón.
A
las 16.35 el jefe de la estación miró su reloj y cálculo que había llegado la
hora de proteger el lugar. Empezó por cerrar los postigones para proteger los
vidrios. Luego cerraría también su despacho porque nadie vendría ese día a comprar un boleto. En la comisaría
los hombres que preparaban el relevo de quienes ahora trabajaban en la cancha
se probaban las armas y las gorras. Cerca del estadio, en los carros hidrantes,
la policía seguía atenta los acontecimientos con la radio encendida. Su
preocupación era el final del partido.
A
los treinta minutos del segundo tiempo Patti cae derribado en el área chica de
unión y el árbitro cobra penal a favor de Temperley. Los siete mil corazones
que estaban en la cancha y las orejas de miles de vecinos se paralizaron al
mismo tiempo. El negro Corbalán se paró frente a la pelota. Los jugadores de Unión
lo hicieron sobre la línea de cal del área grande. El Juez apalabró al arquero.
Once metros separaban el balón de la red. Él negro podía aumentar y soltar el
delirio. A las 17:16 del sábado 7 de Diciembre de 1974 dejaron de importar las
fechas, los segundos y los centímetros. El arbitro mira el reloj. Lleva el silbato
a la boca. El negro corre los cuatro pasos que los separan de la pelota y sin
mirar al arco dispara un zurdazo cruzado que se va por encima del travesaño. El
arquero festeja. El negro Corbalán se encorva sobre si mismo. Se toma la cabeza
con las manos y mira a su tribuna pidiendo perdón. Se arrodilla para agrandar
su gesto. La tribuna lo mira y aplaude sin rencor.
A
Temperley le alcanzó con empate para ascender. Del cuadrangular que definió el
ascenso el celeste tuvo el mejor puntaje. Unión subió segundo. El festejo se
impuso sobre el análisis deportivo. La felicidad se impuso sobre la bronca de
tantos años de sufrimiento y una enorme caravana regresó a Temperley con el título
bajo el brazo. Marcelo, Gabriel y el Colo regresaron en la locomotora del Sur. Cinco
horas después los hinchas celestes entraron al Berenguer a las dos de la mañana
del domingo 8 de diciembre. Allí aguardaban gran parte de la parcialidad que
viajó a Junín en auto y muchos de los que se quedaron en el barrio por diversos
motivos. El plantel y el cuerpo técnico saludaron a la gente desde el Campo de
juego. Se cantó y se cantó y se cantó: Temperley campeón. En la tribuna se
veían hombres viejos que lloraban por primera vez por un campeonato ganado. El
viejo Perduca, sentado en el banco de suplentes, saludaba con una bandera
tomada de la mano a quienes lo reconocían. Gabriel y Marcelo, abrazados a su
padre, agradecían ser de Temperley como toda la familia. El Colo los miraba y pedía
por su padre. El peca no fue porque su mujer se sentía mal. El abuelo se mamó y
no pudo salir de su casa.
El
festejo duró una semana. Los autos con banderas recorrían el barrio. Los
diarios El Clarín y Crónica y las revistas deportivas hablaban del equipo
Celeste. Las radios repetían los goles de todo el campeonato y entrevistaban a varios
jugadores y al cuerpo técnico. Se cerraba así una historia de frustración
futbolera pero aún quedaban un par de meses antes del esperado debut en el
torneo de primera división en marzo del setenta y cinco.
Marzo 23/3/75
Diario La Nación.
Sobre horas
tempranas de la mañana de ayer un grupo de vecinos del barrio San José de Temperley
denunciaron, ante las autoridades policiales, el encuentro de varios cuerpos sin
vida en un potrero baldío de la calle Santiago del Estero esquina José Sanchez.
Según los mismos testimonios los cuerpos registraban varias heridas de bala.
Según supo este diario la denuncia incluye la presunción de que el lugar en donde
se depositaron los cuerpos fue dinamitado. Razón por la cual se habría iniciado
un incendio, de dimensiones menores, en los alrededores que debió ser sofocado
por los mismos denunciantes. Parientes de los damnificados aportaron muestras
fotográficas que reafirmarían esta hipótesis. En las fotografías se pueden ver restos
humanos colgando de los cables de luz. Entre los fallecidos se encontrarían dos
menores uno de 14 y otro de 16 años que fueran capturados en la noche anterior.
Los denunciantes aseguran que los asesinados son vecinos del barrio y que entre
los muertos se encuentra el concejal Peronista Lencina. Los sucesos que habrían
comenzado la noche del 21 de marzo con el secuestro, por parte de un grupo de
personas que se trasladaban en 14 autos sin patentes, arrojó el saldo luctuoso de
9 muertos entre hombres y mujeres.