lunes, 30 de septiembre de 2013

Texto 5

Patria hermosa

Marzo arrancó con Temperley jugando de local contra Lanús. El temible “Granate”, eterno candidato a campeón. Lanús el equipo que subió y bajó de primera división en tres oportunidades a lo largo de su historia. El cuadro de Quindimil, el Intendente Justicialista más veterano de la provincia de Buenos Aires. El amigo de Perón. El que le bancó el partido cuando el viejo estaba en el exilio.
            Este sábado hasta el padre del Colo dice que estamos jodidos, que hay que sacar un empate y esperar al próximo partido. Lo impulsa una lógica de hierro: de cuatro partidos jugados, ganamos dos y perdimos dos. Según él, hoy podríamos empatar de local sin que sea un mal resultado. Sobre todo con los árbitros de mierda que siempre cobran para los contrarios. Él no irá a la cancha. Dice que el corazón no le aguanta tanto despelote.
            Yo salgo al mediodía de casa porque tengo que cambiarme antes del partido. Mi hermano Marcelo me acompaña. Es la primera vez que vamos solos al club. Papá nos prometió ir más tarde. Después del partido de reserva. Marcelo va a la cancha con un gorro visera color celeste que tiene estampada la cara del Tío Campora y la V de la victoria. Lleva el gorro puesto por más que no hay sol. Mi hermano tiene 9 años y no sabe lo que es ser peronista. Tiene ese gorro porque lo encontró en la calle. Nadie se lo compró. Mientras caminamos él levanta los brazos y saluda a los vecinos como si fuera Perón y estuviera en el balcón de la Casa Rosada. Los vecinos lo festejan. Él parece entrar en trance en cada saludo que realiza. Los autos le tocan bocina para festejar la ocurrencia. Marcelo es el popular de los dos por más que yo entré a la cancha mientras juegan los titulares. Él espera en la platea la llegada de papá. No tiene miedo. No se asusta. La platea es su escenario. Allí come gratis porque le regalan los panchos. Bebe Coca cola sin pagar porque el vendedor es de la JTP. En la platea él esta en su reino. Parado sobre los asientos de madera imita a “La momia” luchando contra Karadagián. Puedo sentir los aplausos a las actuaciones de mi hermano desde el vestuario.
            Estamos cambiados. Listos para entrara la cancha. Perducca nos dice que hoy salimos por el túnel y no por la platea como el sábado pasado. El pasillo que conduce al túnel es oscuro, apenas están prendidas algunas bombitas cada tanto. Él viejo nos pide que lo sigamos. En el camino pasamos por el vestuario local que huele a linimento de alcanfor, que suena a botines con tapones de metal contra el piso de Pórtland.
            Subimos una escalera. Perducca da unos golpes de puño contra la puerta de chapa que cierra la salida del túnel. La puerta se mueve. Vemos aparecer el cielo aún más celeste que nuestra camiseta. Un estallido de gritos nos penetra las orejas. Pisamos el césped como si fuéramos jugadores de la primera. Me tiemblan las piernas. Tengo la piel de gallina. Corremos hasta nuestros puestos al lado de la línea de cal. Los mismos sitios de la fecha anterior.
            El partido esta por empezar. La Voz del Estadio da la formación de los equipos por los altoparlantes. El sonido aturde a quienes estamos cerca. Los perros de la policía aúllan desconsolados. Las hinchadas se baten en un duelo de canto, bombos y banderas. Los bombos nuestros están pintados de celeste por fuera y llevan el escudo peronista en el parche. Los golpean con mangueras atadas a las manos. Sobre los cueros hay manchas de sangre vieja y nueva. Los jugadores titulares de ambos equipos salen a la cancha. Se acercan al mediocampo. Los fotógrafos disparan sus maquinas para los diarios. “La voz del estadio” felicita al niño de la platea que lleva puesto el gorro de Campora y las tribunas estallan en un solo canto:
Yo te daré.
Te daré patria hermosa.
Te daré una cosa.
Una cosa que empieza con P.
Perón
Y aplauden al mismo tiempo. El estadio entero parece en trance de misa. En estado de emoción colectiva. Yo nunca vi nada igual. Caen más papeles. El árbitro del partido, como si nada pasara, revolea una moneda. Resultado: Abre Lanús. Temperley elije arco. Mi hermano se sienta y papá, que recién llega, lo abraza e intenta sacarle el gorro sin éxito. De toda la tribuna baja un solo canto:

Los muchachos peronistas
todos unidos triunfaremos,
y como siempre daremos
un grito de corazón:
¡Viva Perón! ¡Viva Perón!
Por ese gran argentino
que se supo conquistar
a la gran masa del pueblo
combatiendo al capital.
¡Perón, Perón, qué grande sos!
¡Mi general, cuanto valés!
¡Perón, Perón, gran conductor,
sos el primer trabajador!

            En una tarde que se volvió muy lluviosa en unos pocos minutos. Sobre un terreno barroso el celeste le ganó 1 a 0 a Lanús y todo fue delirio. Los hinchas del granate se fueron rodeados por la policía y nosotros nos quedamos cantando bajo el agua más de cuarenta minutos. Habíamos pasado una prueba de fuego. Le ganábamos al caballo del comisario. Y le ganábamos a lo guapo: “Desde atrás”, como le gustaba decir al abuelo Pichón. Los jugadores, empapados, revoleaban sus camisetas en el aire para que no afloje el canto en la tribuna y suenen más fuerte los bombos.
            Algo se encendió esa tarde. Lo podíamos sentir los que no nos fuimos por la lluvia. Se palpaba en el aire. Era un sentimiento eléctrico. Nosotros regresamos caminando a casa bajo la lluvia. Felices. El peca estaba en la puerta de la Sastrería esperándonos para festejar. Él lo invitó a papá con un vaso de ginebra y un pucho. Papá se bebió la ginebra de un trago y encendió el cigarro. A nosotros nos dieron dos toallas y ropa seca. Nos desvestimos y nos secamos mientras Papá le contó completo al Peca como fue el gol de Patti que algunos decían que fue gol en contra del defensor de Lanús. Emocionado Papá soltó al aire: si el sábado que viene le ganamos a Los Andes yo pago el asado para todos. Ese sábado dejó de importarle que el Peca fuera Peronista y faltó al trabajo.
( Continuará...) 


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